Lliteratura

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Les hestories pequeñes son les úniques que pues lleer milenta vegaes...

martes, octubre 11

"Mirada de serpiente" Parte I

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


¡Hola a todos/as!
Aquí empiezo a subir, por partes nuevamente, una historia que empecé hace mucho tiempo y que por varias causas no logré continuar. Esta historia se titula "Mirada de serpiente". Transcurrirá en los Picos de Europa, y sus protagonistas serán Adelaida y Marcos, una pareja joven en las que las personalidades de ambos son un tanto extrañas, pero acorde con su comportamiento.
Como no pretendo dar una sinópsis de la historia sino una simple presentación, ahí lo dejo. ¡Espero que os guste!




Era invierno, llovía, la luz del candil atravesaba las gotas de agua, y el frío helador condensaba el vapor de nuestros alientos al acabar de besarnos bajo las estrellas de la noche, una noche de montaña, en lo más alto, oscuro, y solitario de la gran cordillera al sur de Asturias. Un 31 de enero. Detalle curioso que yo detestase mes alguno acabado en 31.


Se había hecho tarde mientras bajábamos las empinadas colinas sin apenas mirarnos, puede ser difícil de entender, pero era un ambiente de ternura, ambos estábamos cómodos, estar apartados nos gustaba, amábamos los lugares más remotos como la montaña, los bosques, hasta una cueva inexplorada en cualquier sitio del mundo, era la mejor forma de evadirse de la vida real, olvidar los malos momentos y disfrutar por un tiempo de un mundo prácticamente imaginario, las montañas, el aire perfumado, los animales de la noche y nosotros, sin realidad alguna, sin problemas políticos, financieros, y sin las críticas ni falsedades de la sociedad del mundo real, podríamos ser felices solos, en nuestro mundo, en el que no éramos uno de tantos en una ciudad de miles de habitantes con vidas diferentes, la soledad nos hacía sentir únicos y necesarios el uno para el otro.


A lo lejos, se veían las luces de la posada en la que nos llevábamos alojando durante más de 10 años uno tras otro, luces que se asemejaban a nosotros, lámparas pequeñas que funcionaban con aceite y que eran prácticamente inútiles frente a la tecnología luminosa de la gran ciudad. La anciana dueña de la posada nos recibió en la puerta a pesar de la hora y nos preparó una cena caliente para sobrellevar el frío, nos empezó a hablar, su voz era muy suave, tanto que apenas se oía al contrastarse con el sonido del agua del río golpeándose contra las piedras de su propio curso.


-Esta vez hacía más de un año que no veníais.


-El trabajo nos ocupa todo el tiempo-Le contestó Adelaida. Amaba su personalidad, su cabello, todo me gustaba de ella, amaba su voz, aunque apenas hablábamos.


La cena se hizo lenta y el humo que desprendía la sopa caliente empezaba a extinguirse por el frío de la noche invernal, terminamos de cenar, siempre observados por dos pequeños ojos ancianos a través de unos anteojos discretamente rayados.


Cogidos de la mano subíamos las escaleras hasta llegar a nuestras habitaciones, separadas por una pared, pero qué importaba, dormir separados no era nada, nuestro amor era más fuerte que cualquier pared, estábamos acostumbrados, cosa que no solía ocurrir con el resto de parejas, pero a pesar de que siempre había sido así Adelaida quería dormir conmigo, algo le inquietaba, cierto es, que llevaba una temporada con un comportamiento extraño, de ahí que le propusiese marcharnos una temporada a la montaña para despejar la mente, aunque fuese un día 31, lo bueno era que ya estábamos acostados, faltaba poco para que dejase de ser último día de enero.


Hacía mucho frío y era un incómodo colchón de lana cubierto con una simple manta de punto, decorada con un conjunto de cuadros bordados sobre la misma manta, cada uno de un color, había colores que se repetían, otros que no y, otros que, debido al paso de los años y los innumerables roces contra el colchón y el cuerpo de los montañeros, no dejaban con facilidad distinguir el que habría sido su color original. El tejado de la posada estaba hecho a base de pizarra y un cúmulo de piedras que se colaban y llegaban a caer sobre el suelo. Cada cierto tiempo se oía un impacto.


El lograr dormir en esas condiciones fue complicado, pero esto era la montaña. Al menos ninguno de nosotros roncábamos, es un momento muy bonito el de soñar, no cabe malgastarlo, el mundo de los sueños es un mundo completamente a nuestra medida, en el que todo es posible, lo inimaginable se hace común y los ideales mas inalcanzables están bajo nuestros pies, pero todo lo bueno se acaba tarde o temprano.


Un diminuto rayo de sol se colaba entre las roturas de los tablones de madera colocados en las ventanas de la habitación a modo de persiana, un milímetro era lo que separaba nuestros párpados, lo suficiente para confundir el diminuto rayo de sol con una luz cegadora que nos despertase para darnos la bienvenida a un nuevo día y en este caso también a un nuevo mes.


No teníamos hambre ninguno de los dos, no nos apetecía desayunar. A pesar de que la encantadora anciana nos había puesto sobre la mesa un almuerzo para nosotros mientras ella degustaba el suyo, sinceramente, la leche de vaca recién ordeñada se hace muy fuerte por la mañana para estómagos como los nuestros, acostumbrados al atractivo diseño de los cartones de leche colocados en la balda del supermercado. Sin embargo, aquel chorizo casero colocado en finas rodajas sobre un plato me tentó increíblemente, perome parecía grosero acercarme a la mesa solo para degustar una rodaja de aquel embutido.


A pesar de levantarnos algo temprano no fuimos a la montaña, por la mañana se llenaba de gente inexperta paseando las colinas sin apenas comprenderlas, por mero entretenimiento, acompañados de su familia y su cámara de fotos en mano. No quiere decir que estuviésemos en contra de aquellas personas en absoluto, me parecía magnífico que cada año miles de personas decidan dedicar un o varios días a conocer las montañas e iniciarse en algo tan bello. Simplemente nos gustaba disfrutar de la montaña en soledad. Para muchos, el caminar de noche por los senderos es algo que se atribuye a los profesionales pero, cuando llevas años y años por los mismos montes, conoces cada matorral y hasta memorizas las grietas de cada pedrusco, no hay cosa más fácil. La dificultad de no ver puede, en cierto modo, ayudarte a aumentar la confianza en ti mismo y, como no, en la propia montaña.


El día es muy largo y hasta el crepúsculo no se vaciaban los montes, no obstante quedarnos en la posada esperando a que pasasen las horas no sería una gran idea.
Así que, mochila a la espalda y, tras habernos despedido de la anciana, abandonamos la posada y empezamos, siguiendo un sendero marcado por piedra, a atravesar hasta que el camino desapareció y nuestros pies caminaban sobre el prado.

jueves, septiembre 29

¡Mis disculpas!

En esta entrada, comunico que he decidido dejar de subir al blog las partes restantes de la historia "La traición de la nieve" Por una serie de razones, la primera puesto que creo que se está haciendo algo pesado el gran número de partes que he subido, la segunda porque a pesar de la ilusión con la que comencé a escribirla no me parece que esté haciendo de ella una historia con un interés importante, sobretodo, por el hecho de que se trata de una serie de conflictos que, dependiendo del punto de vista de cada lector puedan resultar verdaderamente importantes o que, al contrario, se tome como una simple "preocupación adolescente", lo que hace que para vosotros pueda perder el interés. Sé que en cuanto a las narraciones, como para todo, se puede decir que ¡para gustos, colores! Pero creo que estoy "saturando" el Blog con esta historia. Por eso, decido dejar, de momento, de seguir subiendo las partes restantes y borrando las escritas ya.
¡Ojo! Esto es temporal, simplemente esperaré a que esté terminada para, nuevamente, subirla en unas dos o como mucho tres partes, y poder centrarme en ir subiendo otras historias u otros relatos escritos y así evitar también que las entradas estén entre sí mezcladas y las partes o capítulos desordenados. 

En resumen, he eliminado "La traición de la nieve" por su gran cantidad de partes en relación con el poco interés que ésta puede mostrar.
Eso ha sido todo, espero que lo entendáis y que disfrutéis con las nuevas historias que iré subiendo.
¡Un millón de abrazos para todos!

martes, septiembre 20

"Un millón de gotas de agua forman el vaho"

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.



Seleccioné en mi teléfono móvil el reproductor automático de música, con una selección de mis temas favoritos. Un poco de todo, rock&roll clásico, algo de heavy metal. Los contrastes van conmigo, tras los temas que os he dicho, seleccioné el último disco de pop que me había regalado mi madre, ¿El grupo?, ¿Qué importa?
Lo que no estaba en mis planes era la absoluta tontería de escoger un par de canciones de amor que al final solo me harían sentir peor. Canciones tristes que te amargan más, y canciones de amor que solo consiguen hacerte pensar en si de verdad eso existe o no es más que una tontería, o quizás un invento comercial de los cantantes para ganar más dinero con la venta de sus discos.
Apoyé el teléfono en la encimera del tocador del baño, doblé una toalla y la posé sobre el inodoro, la otra la estiré sobre el suelo. Me despojé de toda la ropa que abrigaba mi cuerpo y giré la llave hacia el lado del agua caliente, regulándola hasta que la temperatura fuese la idónea para calentar mi piel.
El jabón y el suave forro aterciopelado de la esponja recorrían cada centímetro de mi figura, dando a la vez sobre mi piel un masaje que me haría sentir una persona acabada de nacer.
Cerré el grifo y el agua paró de correr sobre la bañera, los azules de la pared empezaron, en cuestión de pocos segundos, a empañarse, a ser cubiertos por un vapor de agua muy fino. Veía reflejada mi silueta, pero estaba completamente distorsionada, se distinguían algunos colores, pero ni una sola forma. Lo único que me llamó la atención fue el ver una sombra más oscura y más voluminosa detrás de la que parecía la mía.
Con mi mano, aún húmeda, toqué la pared y arrastré mi palma junto con mis dedos para apartar el vaho y, pude ver. Lo vi.  Ahí vi su reflejo, su cara, sus preciosos ojos negros. Y esperé, esperé a que mi imaginación dejase de jugarme aquella mala pasada y esa maravilla que conmigo se reflejaba, desapareciese.
El vaho volvió a cubrir en poco tiempo toda la pared cuando, noté algo rozándome la espalda. Al principio me asustó, pero me di la vuelta. Allí estaba él.

domingo, septiembre 18

"El final de los Weigel"

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


Pasaron alrededor de cuatro meses para que la familia Weigel lograse olvidarse del pequeño que, hasta entonces, había acaparado la ventana de su ático. La familia Weigel era de las familias más adineradas de Alemania durante la década de los ochenta, su hogar poseía indescriptibles vistas a los  Alpes de Berchtesgaden, montañas que ganaban notable belleza al ser divisadas desde el ático de los Weigel.
Los Weigel eran una familia muy acogedora, el señor y la señora Weigel tenían tres preciosos hijos, un niño que hubiera cumplido nueve años llamado Burke, otra niña de la misma edad llamada Gretel y una preciosa bebé de apenas un año llamada Mathilda. El amor incondicional y el cariño era algo que mantenía unida a la familia por encima de todo el dinero que pudieran poseer. Pero las cosas empezaron a cambiar en la casa de los Weigel, hacía cuatro meses que ni los señores Weigel ni los pequeños lograban el valor para recuperar el que era su ático. El frío que se empezaba a notar solo con acercarse a unos pocos metros de las escaleras que conducían hacia arriba producía en los pequeños Burke y Gretel  una sensación de desprotección que conllevaba a que sus ojos se humedeciesen y acto seguido corriesen despavoridos a los brazos de sus padres. Esto pasaba pocas veces, puesto que cada vez los actos de valentía como acercarse al ático eran menos, el miedo gobernaba en la casa de los Weigel.
Era miércoles, el último miércoles de los Weigel. Gretel subía las escaleras del último piso, dirigiéndose hacia el ático, seguido de Burke, quien llevaba a Mathilda en brazos. Avanzada la madrugada los niños no conseguían conciliar el sueño después de que unos ininterrumpidos golpes que provenían del  ático les habían despertado. Al llegar al final de la escalera  y encontrarse enfrente nuevamente otras escaleras de madera que daban acceso al ático, un escalofrío o, tal vez una corriente de aire helador recorrió los alrededores de los niños acompañado de un sonido semejante al de un silbido muy suave, el movimiento del aire finalizó moviendo ligeramente el pomo de la puerta del ático, dejando ver a través de unos centímetros su interior, formado por un cúmulo de sombras y oscuridad.
Mathilda, comenzó a llorar, Burke la consoló besándole la frente y fijando la mirada en sus ojos azules. Gretel se quedó totalmente paralizada en el lugar donde la heladora brisa había comenzado, manteniendo la mirada fija en el entreabierto de la puerta. Burke, preocupado sentó a su hermana pequeña Mathilda al borde la escalera y se dirigió lentamente hace Gretel, intentó agarrarla de la mano. Pero nada más rozar su mano con la yema de su dedo índice, Gretel giró la cabeza lentamente hasta que su pelo rubio dejó mostrar en su rostro unos ojos de color blanco que dirigían una mirada vacía de sentimiento o incluso de vida. El horror invadió el cuerpo del pequeño que, atemorizado corrió escaleras abajo, tropezando con el último peldaño y cayendo sobre el suelo donde, intentando levantarse, dirigió la mirada hacia el final de la escalera hasta incorporarse nuevamente en pie para poder seguir corriendo hacia la habitación donde dormían los Weigel. Todo ello sin acordarse de algo que pasaría factura a toda la familia Weigel. Burke, tras el fantasmagórico acontecimiento huyó, dejando sentada al borde la escalera, a la pequeña Mathilda.
Los Weigel creyeron encontrarse en medio de una explosión al despertarse tras un tremendo estruendo, producido en realidad por la fuerza salida del pequeño Burke al abrir la puerta de su dormitorio acompañado de espeluznantes gritos, como si de un alma pidiendo misericordia se tratase.
Los Weigel hicieron en un principio caso  omiso al miedo de su hijo, entendiéndolo como el fruto de una pesadilla, pero tras la desesperación y lágrimas de Burke, los Weigel se calzaron rápidamente sus zapatillas y se dirigieron junto con su hijo hacia el piso de arriba. Al llegar al borde de la escalera Burke se quedó paralizado, su cuerpo se quedó firmemente parado al frente de la escalera y recordó horrorizado a su hermana sentada al borde, donde él la había dejado, pero Mathilda ya no seguía allí sentada.
La señora Weigel bajó y cogió a Burke en brazos, que no tenía otra expresión en su rostro desde que el sentimiento de culpabilidad invadió su cuerpo compartido con el terror.
Cuando ambos llegaron arriba, contemplaron al señor Weigel paralizado y, la puerta del ático, más entreabierta que la última vez,  dejando ver la luz de la luna entrando por los cristales de la ventana que dentro se encontraba. El señor Weigel no se daba la vuelta a pesar de las llamadas de su mujer que, empezando a sentir miedo, en un ataque de rabia, se acercó a su marido dejando a Burke al lado de la escalera, paralizado, y cogió del brazo a su marido para que le dirigiera la mirada y, de nuevo, unos ojos de color blanco sustituyeron el azul verdoso que antes abarcaba su mirada. Su cuerpo estaba helado y, con brusquedad, apartó la mano de su mujer y se dirigió hacia el ático. Cerró la puerta y el silencio hasta entonces protagonista, se vio irrumpido por el llanto desconsolado de Burke que corrió para abrazarse a las piernas de su madre, la cual estaba con la mirada fija y la mente en blanco.
La señora Weigel cogió al pequeño Burke de la mano y ambos canalizaron todo el miedo que los invadía para poder armarse con el suficiente valor y, juntos, subir una a una las viejas escaleras que a la puerta del ático daban. Empujar cuidadosamente el pomo hacia atrás para entrar por primera vez al que hace cuatro meses había sido su ático y que, desde entonces, solo les causaba miedo y noches de desvelo.
La señora Weigel soltó de la mano a su hijo cuando vio,  de espaldas, al final del cuarto, a su marido, mirando fijamente por la ventana, agarrando de su mano otra mano mucho más pequeña y suave, que pertenecía a la sombra de un pequeño cuerpo que yacía tumbado en el suelo del ático. Un pequeño cuerpo fácilmente reconocible. La señora Weigel, tras un gran grito de espanto corrió hacia el cuerpo de su pequeña Gretel, dejando a Burke solo junto a la puerta.
La señora Weigel cogió el cuerpo de Gretel y lo arrimó a su pecho, llorando desconsoladamente ante el rostro sin vida de su hija. El señor Weigel dirigió su mirada vacía de color hacia ella y, dio un fuerte golpe en la cara de la señora Weigel que, dejó caer sobre el suelo el cuerpo de Gretel, descubriendo bajo su camiseta un trozo de cristal roto clavado en su estómago. Parecía de una botella. Junto con un mensaje escrito con la misma sangre de la pequeña que decía “Es ist mein Fenster”. “Es mi ventana”.  Tras ello, la señora Weigel se incorporó lentamente hasta quedar cara a cara con su marido, el que, en su mano izquierda tenía la mitad de una botella de cristal. Y que, en cuestión de no más de tres segundos de su garganta salió un chillido inhumano, como si fuese una criatura maldita nacida de la noche y, con gran energía, se precipitó a través de la ventana, salpicando miles de cristales a los ojos de la señora Weigel, dejándola completamente invidente y bañando su rostro en sangre. Una agonía se adueñó de la mujer que, corriendo sin ver dónde se dirigía, empujó al pequeño Burke, al que tiró al suelo y, abandonó el ático sin darse cuenta de las escaleras que delante de la puerta se encontraban, tropezando así con ellas y cayendo sobre sí misma hasta llegar a encadenar la caída en conjunto con las escaleras del piso, tras varios golpes en la cabeza y en todo su cuerpo, la señora Weigel terminó con su vida, bañada en un charco de sangre al principio de la escalera.
El pequeño Burke se encontraba solo en el ático, al lado del cuerpo de su hermana Gretel y tras presenciar la muerte de ambos padres. Levantó la camiseta de su hermana, extrajo el trozo puntiagudo de cristal roto y se lo comenzó a introducir por la garganta hasta que su cuello quedó totalmente traspasado y el pequeño pasó de estar de pie a ir arrodillándose lentamente hasta caer sobre el cuerpo de su hermana y decir adiós a la vida.
En el ático, sentada, apoyada en la pared izquierda, se encontraba la pequeña Mathilda, a la que nadie había hecho alusión, se acercó con pasos inexpertos hacia la ventana rota y sonrió. Allí estaba él, era un niño, era un niño de unos nueve años, formado por una sombra con un tono azulado, que llevaba contemplando, en el mismo ático, en el mismo sitio, a través de la ventana, los Alpes de Berchtesgaden donde, hacía cuatro meses él y sus padres murieron tras un desprendimiento en  lo alto de las montañas.

viernes, mayo 20

"El amor florece en Otoño" Parte V"

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Se acercan a la taquilla y piden dos entradas, a ser posible con los asientos situados de la mitad de la sala para atrás, donde mejor se puede ver una película.



Dayna y Fran intentan imaginar de qué puede tratar la película, titulada “Si la cosa funciona”. Cruzan los pasillos y llegan a la plaza central del cine, a su alrededor gran cantidad de puertas numeradas, cada sala con su número. Agilizando la vista buscan la sala número 9, encontrándola al final de un largo pasillo y al lado de un montón de sillas elevadoras para los niños pequeños. Fran lanza una mirada que lleva consigo una indirecta hacia Dayna, a causa de la diferencia de edad.


Abren las puertas de la sala número 9, su sorpresa y su mal presagio sobre el interés que pueda tener la película aumenta cuando, al entrar, ven la sala completamente vacía, no hay ninguna señal de vida humana por ninguna parte de la sala.


-¡Ay, mi madre! Esto es tremendo, ¡No hay nadie! Eso me hace pensar que la película no va a ser muy buena.- En la cara de Fran se había dibujado una expresión de sorpresa, o de decepción, que es imposible de describir con palabras.


-Ésta película la vi yo anunciada en internet y, si no recuerdo mal, la sinopsis parecía interesante. Creo que trataba de un anciano que acoge en su hogar a una chica muy joven, rubia, alta, muy bonita. Y me parece que el título viene dado por el hecho de que ambos quieren enamorarse, no lo sé, no lo tengo muy claro. No recuerdo bien.- Y era verdad, Dayna había leído la sinopsis de dicha película en la web oficial del cine en el que se encuentran y parecía interesante. Pero lo que a Dayna le puede parecer interesante no se lo parece a los que hubiesen sido ocupantes de las cien butacas vacías de la sala.


-Bueno, ya que no hay nadie nos podemos sentar atrás del todo, que siempre se ven mejor las películas. Además ahí no suele sentarse mucha gente.- Fran tenía una voz ni muy grave ni muy suave, fuese como fuese su voz a Dayna le encantaba.


-Hombre, en realidad no hay gente en ningún sitio.- Dayna se ríe durante unos segundos.


-Sí, tienes razón, bueno, nos sentamos donde tú quieras.- Fran también se ríe, reconoce que lo que ha dicho Dayna es cierto y que tiene su gracia, el gesto que provoca con su cabeza deja claro todo lo anterior.


A pesar de lo último que Fran ha dicho, Dayna le guía hasta la parte de atrás de la sala, su comentario era solo para recalcar el hecho de que no había nadie en la sala.


Escogen dos asientos situados en la última fila, por la parte de la derecha, apoyan sus chaquetas en las butacas de los lados puesto que están vacías. Se sientan uno al lado del otro, Dayna a la derecha de Fran, y Fran a la izquierda de Dayna.


-Es increíble, ¡Madre mía! ¿Será posible que no haya nadie?, ¿Tan mala será la película?- Fran no para de reírse y de repetir una y otra vez lo mismo, a Dayna también le hace gracia, los dos piensan igual.


Pasan unos tres o cuatro insignificantes minutos, y un pequeño resplandor llegó a la sala. No era exactamente un resplandor, sino un simple instante de iluminación apreciable en la sala.


-Vaya, vaya. Mira por dónde, ahí viene un hombre, ya nos somos los únicos en esta sala.- Dayna mostraba un tono medianamente burlón, en el buen sentido de lo que se pueda interpretar, igual que si por la puerta acabase de aparecer la prueba que demuestra el hecho de que la película puede estar entretenida.


Fran a esto, contesta entre una risa, una risa preciosa cabe decir.


-Ya, ahora sólo falta que se llenen cincuenta butacas más y la sala estará a la mitad.


Ambos miran al hombre que acaba de entrar en la sala y, con una expresión de decepción, o más bien de asombro, Dayna se acerca a la oreja de Fran y le susurra:


-¡Joder!, para un tío que entra en esta sala ¡Mira! Mira cómo va vestido, si me parece que una gabardina más grande no la pudo comprar.-


El eco de la risa de Fran se oye en toda la sala, pero el hombre no se da por aludido.


Se pagan las luces restantes de la sala de cine, señal de que la película comienza. La gran pantalla se ilumina y se oye una música fondo, a la vez que la publicidad se va turnando para proyectarse, anuncios de nuevas películas que se estrenarán próximamente.


Fran y Dayna se sonríen y clavan sus ojos en la pantalla. La película comienza con un primer plano enfocado a un hombre de avanzada edad y hablando hacia el público, aludiendo a que la sala está llena de espectadores. Dayna y Fran no pueden contener la risa, no una risa burlona ni desagradable, sólo están felices.


Pasan un par de minutos desde el inicio de la película, y no les hacen falta más a Dayna y Fran para convencerlos de que la película no les va a causar mucho furor. Desvían su atención de la pantalla, hasta giran sus cuerpos para estar frente a frente. Y empiezan a hablar, y no paran de hablar, hablan de todo, hablan de los últimos resultados de su equipo, hablan de personas que ambos conocen en su red social, hacen alusión al hecho de que la película no parece volverse interesante en ningún momento, por lo menos cercano.


Dayna se siente muy contenta al lado de Fran, le parece un chico muy agradable, está comprobado que lo es. Sus risas no cesan, y cada vez se hacen más comunes, si la sala de cine estuviese llena la risa distraería al público.


-Dayna…- Fran llama la atención de Dayna pronunciando su nombre y ésta, tras oírlo, se gira para encontrarse con su mirada.


-Dime.- Dayna parece preocupada, Fran la ha llamado en un tono no muy enérgico.


- ¿De qué conoces a Sara? Es que el otro día me fijé que la tenías agregada.


Dayna rebusca en su memoria y se da cuenta de quién está Fran hablando, Sara es una chica que vive en Noreña, una localidad cercana a Oviedo. Dayna le contesta afirmando con la cabeza, a Fran se le dibujó una expresión de sorpresa mezclada, tal vez, con un poco de desagrado. Indica a Dayna que debe acercarse con la cabeza para que escuche lo que le va a susurrar al oído.


-Verás, esa chica, me agregó a mí hace mucho tiempo y no es precisamente muy agradable.- A partir de estas últimas palabras a Dayna se le despierta la curiosidad por oír el resto de la historia que Fran tiene dentro de sí mismo.


Fran suspira, y después comienza a contar a Dayna toda la historia sobre él y Sara, o más bien sobre Sara, sus deseos amorosos y el pasotismo de Fran hacia ella. Es, o fue, una historia de algo que se puede llamar amor, desde luego no por parte de Fran, que no interpreta que una obsesión tal y como la vivió se pueda llamar amor.


A ninguno de ellos les gusta seguir hablando de temas desagradables, en este caso de Sara. Por otra parte la pantalla sigue sin mostrar imágenes, sonido, o la combinación de ambos que capte su atención, la película sigue sin interesarles. Ambos miraron a la pantalla a la vez y, tras ver que la poca diversión que transmitía la película seguía siendo poca, sus miradas coincidieron a la altura de los hombros, se sonríen y, en menos de un segundo, pero que a ellos les ha parecido más, Fran se inclina sobre Dayna con una intención fácilmente previsible. En aquel mísero segundo, el corazón de Dayna comienza a latir diez veces más rápido al ver que Fran se acerca milímetro por milímetro hacia ella, cuando se quiere dar cuenta de lo que está sucediendo Fran detiene el movimiento de su cabeza y sus hombros a no más de dos centímetros de los labios de Dayna, no del rostro, pues Fran frota sutilmente su nariz con la de Dayna y después ríe débilmente, Dayna le acompaña, pero en el rostro de ambos se ve marcado por una expresión de decepción.


El ambiente que ambos comparten se vuelve cada vez más frío tras este incómodo momento, miran a la pantalla a desgana, deseando ver quién de los dos es el primero en volver la cabeza hacia el otro en señal de que no le daba importancia al error cometido.


Dayna ha sentido algo muy especial aunque lo ocurrido no haya llegado a convertirse en lo que los chicos deseaban, Dayna no lo ve como una oportunidad, pero sí como algo con lo que desearía haber terminado la película. Para muchos, un beso es tan simple y común como un saludo, pero Dayna sabe que es algo especial, y también sabe que hubiera deseado besar a Fran antes de que acabase la película. Pero la oportunidad ha pasado como un pájaro en su vuelo.


La pantalla se vuelve negra de repente y poco a poco los renglones de color blanco comienzan a abarcar toda la pantalla, renglones blancos con nombres, con nombres de personas que han colaborado en la realización de la película. Dayna sabe que Fran está mirando hacia la pantalla y aprovecha el momento para, por tan sólo un segundo, mirar a Fran, sin desear que él se dé cuenta de la dirección de su mirada. Pero la intención de Dayna falla, Fran vuelve la cabeza y se encuentra con la mirada de Dayna nuevamente, las luces de los ojos azules de Fran se cruzan con la mirada de los ojos marrones, o verdes según Fran, de Dayna.


Fran tartamudea un par de veces, pero su fuerza interior le ayuda, y consigue decir lo que aparentemente parece sencillo, pero para él ha sido más complejo que cualquier reto que se le hubiese planteado anteriormente.


-No sé cómo puedes pensar que no eres guapa.-


-Pues porque no lo soy.- Dayna se muestra muy segura de lo dicho, no es una persona que se precie.


-Sí, sí lo eres, sí.- Fran no tiene la más mínima intención de darle la razón a Dayna.


-No.- Dayna tampoco cede.


-Que sí.- Fran comienza a tildar su voz con un tono de discusión.


-Que no…- Apenas puede pronunciar el último sonido de la palabra “no” cuando, en este momento y, tan rápido que Dayna no percibe lo que está pasando, Fran se inclina y dirige su rostro hacia Dayna, apoya sus labios en los suyos, ambos se unen sobre sus bocas y, poco a poco un beso hace que los chicos empleen todo el esmero que pueden dar, Dayna está nerviosa, pero la sensación que está viviendo es especial, le encanta. Sus dientes se rozan una milésima de segundo, y ambos sienten el aliento del otro calentando el interior de sus bocas mientras están sumergidos en aquel beso, beso que es fugaz, pues Dayna está asustada y se aleja de Fran unos pocos segundos después de iniciar aquel beso. A los dos les ha parecido un beso no lo suficientemente largo, en realidad puede haber sido demasiado corto, pero a veces Dayna se asusta hasta con las experiencias más agradables para ella, en especial ésta.


Dayna y Fran se siguen mirando y se sonríen, sus ojos enfocan miradas de gratitud y de placer.


La hora que marca el reloj avisa de que han de irse, han de volver a sus hogares pero, mientras levantan sus cuerpos de los asientos con intención de marcharse, Fran sujeta del brazo a Dayna y le propone lo que se puede entender como segunda cita, y cita que seguramente les una por completo como pareja adolescente, que no es poco.


-El día 31 de este mes celebraré mi cumpleaños, me gustaría que vinieses.


Dayna muestra una sonrisa que ocupa todo su rostro, y que evidentemente, sin respuesta, se puede adivinar que es un sí. Un sí a asistir al cumpleaños de Fran y un sí al que podrá ser el momento de que esta amistad que convierta en noviazgo. Es lo que se llama amor juvenil, amor nacido de un día de otoño, la mejor flor que ha podido florecer para ellos.

jueves, mayo 19

"El amor florece en Otoño" Parte IV

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Deja la ropa en el suelo un instante, coge en sus brazos el montón de mantas y de un tirón las estira sobre la cama. Da el pego, entonces está bien.



Vuelve al baño, esta vez con la ropa, la apoya sobre una mesita de baño y rápidamente entra a la ducha.


El agua resbala por todo su cuerpo mezclada con el jabón y empujada por la esponja de baño, se cubre el cabello con una mascarilla reafirmante e iluminadora. ¿Quién sabe si estos productos funcionan de verdad? Nadie, nadie lo puede saber. Hay gente que está totalmente en contra y que, según ellos, no es más que un timo. Dayna está en ese reducido grupo de personas pero hoy le da igual, no hay nada que perder por probarlo.


Abre la mampara de la bañera y apoya sus pies sobre una toalla seca, el agua le gotea provocándole un suave cosquilleo por sus piernas, desde su inicio como gota de agua hasta su desaparición al contacto con la toalla sobre el suelo. Se seca todo el cuerpo dejándolo ligeramente húmedo para poder aplicarse una pequeña cantidad de aceite corporal que le dejará la piel increíblemente tersa.


Dayna selecciona la ropa que ha apoyado en el piso del cuarto de baño, está toda desordenada y tiene que buscar qué ponerse primero y qué le sigue. Se mira al espejo y da como tres vueltas delante de él para ver si le acaba de convencer su vestimenta, en este momento sería ideal tener un espejo como el de la bruja de Blancanieves. Aunque no siempre te dijese lo que deseas oír, como que eres la más guapa de la ciudad, pero posees una opinión totalmente sincera sobre tu aspecto. Para bien o para mal.


Se seca las puntas del pelo frotándolas con la toalla, se peina y golpea el pelo con las manos para quitar el exceso de agua, para Dayna el secador es algo que no existe, piensa que lo mejor es que el pelo seque a su tiempo, sin prisa. Puede que tenga razón, puede que no. Pero ella simplemente no lo utiliza.


Está vestida y peinada no precisamente para la ocasión, Dayna no es una chica complicada, va vestida y peinada como cualquier día, pero es inevitable que hoy puede que haya dado un poco más de importancia a su aspecto físico.


Su madre da un par de golpes a la puerta del baño para que Dayna se dé prisa, en media hora han quedado a la puerta del cine y aún hay que hacer el viaje en coche.


Suena un doble pitido, las luces del coche se encienden y se vuelven a apagar. Dayna abre la puerta de atrás y se sienta, apoya la cabeza en el asiento y mira la hora desde su móvil, son las cinco en punto. Queda mucho viaje.


El paisaje va pasando por la ventanilla inapreciable por la velocidad. Los árboles de los parques, los edificios, las farolas… Pero los edificios quedan en su totalidad muy atrás y un cartel anuncia el inicio de la autovía. Es larga, la carretera parece que termina en el horizonte, pero nunca acaba. Se ven los paisajes verdes por todas las ventanillas del coche. A medida que van avanzando se puede ver en lo alto de un monte el Toro de Osborne, uno de todos los que están repartidos por el mapa de España. Eso indica que ya no están muy lejos de llegar a su destino.


Lo que antes era un paisaje verde empieza ya a estar formado por naves industriales y, a lo lejos se ve un gran centro comercial. Dayna esboza una gran sonrisa, están llegando. Son las cinco y veinte minutos.


Una rotonda señaliza la entrada al aparcamiento de Parque Principado. Hay un montón de vehículos aparcados, pero entre una furgoneta blanca y un deportivo de color beige hay lugar sin ocupar.


El camino desde el aparcamiento hasta la entrada principal del centro comercial es un camino de baldosas, qué bien estaría decir que era un Camino de baldosas amarillas, pero no es el caso, aquí las baldosas son grises, cuadrados perfectos. El camino tiene unos pequeños arcos por encima, como si fuese un túnel, enroscadas a los arcos un montón de hojas y flores adornan el camino.


La puerta automática de la entrada se abre a escasos centímetros de Dayna, cuando su madre le apoya una mano sobre su hombro y le dice:


-Mira, Dayna. Por ahí viene Tiffany, luego iré a dar una vuelta con ella.


Y efectivamente, por ahí llegaba la amiga de su madre. A Dayna no le hacía especial ilusión que se quedasen con ella hasta que llegase Fran, pero qué menos, después de todo no hubiesen podido quedar de no ser porque su madre aceptó traerla en coche. Son las cinco y media, ni un minuto más ni un minuto menos.


Dayna está apoyada sobre una columna, mirando hacia todos los lados sin ver aparecer a nadie, ¿Qué ha podido fallar? Son las cinco y media, está delante de la entrada de ordenadores. La puerta automática no para de abrir y cerrarse.


Dayna no para de mirar el reloj cada treinta segundos y de mirar hacia todas partes, por si acaso ve acercarse una figura humana que le recuerde a Fran. Pero no hay suerte.


La madre de Dayna mira a través de la puerta automática y de seguido le da un par de golpecitos a su hija en la espalda diciendo:


-Dayna, ¿Y ese chico de chaqueta azul que está ahí dentro? Ésta es una de las entradas a la tienda, pero por dentro hay otra, ¿Te suena de algo? Se parece a la foto que me enseñaste.


Sin vacilar, Dayna gira la cabeza para ver a quién se está refiriendo su madre. Y ahí lo ve, Fran está apoyado sobre una columna dentro del centro comercial. Dayna pasa la puerta automática que esta vez sí se abre para algo útil y allí lo ve. Le siguen su madre y Tiffany.


Cuando ambos están a apenas diez metros él se da cuenta de quién es y saluda a Dayna con la cabeza. Se acercan por completo y se reparten besos.


-Fran, ella es mi madre y ella es Tiffany, una amiga de mi madre.


-Hola, hola, ¿Qué tal?- Fran se muestra muy agradable.


Tiffany le saluda y le pregunta:

-Fran, Eres de por aquí, ¿Cierto?-


-Sí, si, de Lugones.- Dijo Fran dándose media vuelta para ver a Tiffany.


-Unos amigos míos se acaban de casar y viven en Lugones también.- Dice Tiffany.


-Pues es posible que los conozca, Lugones en el fondo es pequeño.- Fran sonríe.


Dayna mira la hora desde el teléfono móvil. Ambas captaron la indirecta y su madre dijo:

-Bueno, nosotras nos acercaremos hasta Oviedo para ir a dar una vuelta. Cuando salgáis del cine me llamas al móvil, Dayna. Encantada Fran.


-Adiós.- Dice Dayna.


-Hasta luego.- Fran le continúa.


Fran y Dayna comienzan a caminar por uno de los pasillos del centro comercial con dirección a la sala de cine. No se oyen palabras, ni por parte de Fran, ni mucho menos por parte de Dayna, que camina con la cabizbaja y muy avergonzada.


-Puedes hablar eh, no muerdo- Fran sonríe para aliviar un poco la tensión del momento. Tras oír esto a Dayna se le escapa una sonrisa y no es difícil de intuir que esto le ha ayudado a quitarse de encima la vergüenza que lleva siempre consigo.


Comienzan a hablar, empiezan a conocerse. Esta tarde parece ser muy interesante.


Dayna se para un momento, saca su teléfono móvil y mira la hora, la película que emiten más temprano es a las seis, aún tienen media hora, pero han de escoger una película. Aunque no muestran demasiada prisa.


Dayna, tras guardar su teléfono, mira fijamente a Fran, le mira a los ojos y, sin poder evitarlo se ve obligada a decir -¿Ves? Tienes unos ojos preciosos, jolín. Para que luego digas que no, qué azul tan bonito.- Fran se ruboriza notoriamente y, entre una pequeña risa dice –Vaya, gracias. Pero eso es mentira, son de un color normal, joder.- Fran no para de sonreír.


Dayna no quiere empezar una discusión sobre los ojos de Fran, no habría manera de hacérselo admitir.


A unos pocos metros de Dayna y Fran se puede divisar ya el pabellón que contiene todas las salas de cine. Al tener a su espalda la cartelera con las imágenes de las portadas de todas las películas comienzan a decidir cuál ver. No aparece ninguna película de terror, cosa que desilusiona a los chicos pues es el género favorito de ambos. El primer cartel muestra una imagen de una joven pareja besándose sentados en una enorme pradera, no lo piensan dos veces antes de eliminar esa película de la lista de opciones, a ambos les aburren las películas de amor. Un poco más a la izquierda se muestra una comedia de Woody Allen, a ninguno le llama especialmente la atención, pero casi son las seis de la tarde y es la única película con un buen horario. Decisión tomada.

miércoles, mayo 18

"El amor florece en Otoño" Parte III

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Tiene a Fran en la cabeza, que reposa ahora sobre el amasijo de flores coloridas de la funda de su almohada, tumbada sobre su edredón, con la ilusión de cerrar los ojos y el deseo de poder alcanzar un mar de sueños. La noche pasa para todos igual, de un momento a otro se cierran los párpados de nuestros ojos y no vemos más que oscuridad. Nos vemos inmersos en nuestros sueños, en los que podemos hacer cosas que creemos imposibles o que en realidad lo son. Pero todo esto parece que transcurre en menos de un segundo, al dormirnos parece que acto seguido nuestros ojos se abren de nuevo y traen de la mano la mañana del nuevo día.



Todos los músculos del cuerpo de Dayna se relajan al rozar las sábanas de su cama, sus manos, sus piernas, su espalda, sus labios y sus mejillas abandonan el movimiento. Dayna consigue conciliar el sueño, se duerme con una pequeña sonrisa. Es hora de que sea libre para soñar.


El tiempo y la noche pasan dentro de su cuarto. Su madre está en la otra habitación de la casa acostada desde hace poco, a pesar de que el sol está a punto de salir. La cama de Dayna está envuelta, junto con el resto de su cuarto, en una manta negra de oscuridad. Las ventanas están cerradas y las persianas a medio bajar, pues a Dayna no le gusta dormir con una completa oscuridad, según ella es agradable despertarse poco a poco al entrar la luz del amanecer por sí misma en la habitación.


Todo está tan silencioso que el tic tac del reloj de mesa parece ser el director de un concierto, puede que hasta se oiga un eco por las escaleras de la casa. La pequeña gatita de Dayna está descansando encima del sofá del salón, enrollada con el rabo alrededor y las orejas caídas, aumentando el tamaño de su cuerpo cada vez que inspira y relajándolo cada vez que expulsa aire, aire que hace que sus bigotes bailen al ritmo de su respiración.


La noche está terminando para dar lugar al día, el sol sale poco a poco y podríamos decir, si esto no fuese una ciudad, que el canto de los pájaros se hace fuerte acompañando el nacimiento del sol.


Suena la melodía desde el teléfono móvil de Dayna que actúa de despertador, la luz entra ya por la pequeña apertura de la ventana. Dayna nota la claridad a través de sus párpados y se siente molesta, se frota los ojos con sus manos y se gira para lograr alcanzar su teléfono y pausar la melodía. Se da la vuelta entre las sábanas para que su cuerpo se acostumbre y empiece a familiarizarse con el movimiento, le queda un largo día por delante. Se sienta al borde de su cama, sabiendo perfectamente cuál va a ser la mejor experiencia de toda la jornada. Dayna juega con su pelo y sus manos mientras sonríe, una vez en pie se estira de tal modo que parece avisar a su cuerpo de que hoy será un día muy largo. Es sábado, son las once y media de la mañana. Dayna se coloca bien el pantalón del pijama, baja escaleras abajo y una vez en la cocina abre el armario, saca su taza, el cola-cao, la leche y los cereales. Se prepara el desayuno y se oye una voz que viene desde el salón dando los buenos días, es su madre que está levantada seguro desde hace rato.


Cuando Dayna termina de desayunar su madre la llama desde el salón, ella va, se sienta a su lado. Su madre le pide algún detalle más de sus planes para hoy, parece ser que las explicaciones de Dayna no habían sido suficientes. Su madre se ofrece para llevarla en coche, dice que no hay problema alguno, que el centro comercial queda lejos de la estación de tren más cercana a Oviedo. Antes deben ir a hacer unas compras al centro de Avilés, pero a las cinco saldrán en el coche de su madre dirección a Parque Principado.


Dayna sube de nuevo a su habitación, esta vez para prepararse y poder ir a los recados con su madre, cuanto antes terminen antes podrán salir para la tarde de cine.


Ambas una vez en patio suben al coche para ir al supermercado, la madre de Dayna arranca el motor.


-Mamá, ¿Podríamos intentar no tardar mucho? Es que todavía no sabemos ni qué película iremos a ver. Y tengo que ducharme y cambiarme todavía.- Dayna no suele tardar mucho en arreglarse pero la ocasión es algo especial y aún quedan planes por hacer.


- No te preocupes, no tardaremos mucho. Sólo hay que comprar un par de cosas y luego ya tienes todo el tiempo que quieras, eso sí, cuando hayas terminado avísame rápido para salir de casa. A ver si para las cinco y cuarto estás allí.- La madre de Dayna odia pasar mucho tiempo de compras, también ella desea que esto dure poco.


-Oye mamá. Por cierto. Cuando lleguemos allí, ¿Irás a dar una vuelta?- Dayna piensa en si esta es la mejor forma de decirlo, pero, como suele pasar fuese o no lo fuese ya es tarde.


Su madre, captando el doble sentido de la pregunta le respondió:


-No te preocupes, he quedado con mi amiga Tiffany. Iremos a dar una vuelta por la ciudad, cuando salgáis del cine o ya os apetezca marchar me llamas al móvil.


Dayna entre risas miraba por la ventanilla y veía pasar los árboles, las farolas y las personas.


En el supermercado hay menos gente de la que se esperaban y la cola avanza muy rápido, en menos de diez minutos después de haber entrado ya se encuentran a la cajera en frente, ambas cargan una bolsa y suben de nuevo al coche. Dayna una vez arrancado el coche abre la bolsa de la compra, rasga el envoltorio de una tableta de chocolate y se lleva a la boca un par de onzas, cierra los ojos para disfrutarlo más y lo deshace en la boca muy despacio para que le durase el mayor tiempo posible.


Dayna sale y cierra la puerta del coche una vez aparcado en el patio, espera a que su madre abra la puerta y se va al cuarto de baño para empezar a preparar, pero con los nervios y las prisas se olvida de coger la ropa para tenerla a mano. Sube corriendo las escaleras tropezándose con cada escalón, está muy agitada y quiere hacerlo todo deprisa para tardar lo menos posible.


Dayna abre la puerta se armario para escoger qué ropa ponerse, tiene una blusa azul con un cinturón marrón que le encanta, pero no le gusta ninguno de los pantalones para combinar. Revuelve entre el amasijo de camisetas, pasándolas de una en una, de dos en dos y hasta de tres en tres, volviendo a la primera cuando acaba de ojearlas todas. Escoge una sencilla camiseta de color lila con el dibujo de una flor negra rodeada de una frase en inglés “For true love you need months of luck”, seguidamente coge unos vaqueros de color azul claro y unas sandalias negras.


Dayna se fija en que su cama aún está desecha y las mantas están unas encima de otras, retorcidas, tiradas. Pero no hay suficiente tiempo como para perderlo.

martes, mayo 17

"El amor florece en Otoño" Parte II

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Los ojos de Dayna contemplan la pantalla y leen una y otra vez las últimas palabras escritas por Fran, en un segundo se pasa por su mente cómo sería el mejor sábado de su vida, vería a Fran a la puerta del cine, se acercaría a él, ambos se saludarían y se podrían conocer y hacerse verdaderamente amigos.



-Me apetece ir al cine la verdad, hace mucho que no voy, pero, ¿Dónde podríamos quedar? Porque vivimos algo lejos.- Fran tecleó esto con cierto temor, pues igual tal distancia era un impedimento para poder conocerse. Pero la tranquilidad llegó de la mano de Dayna.


-No pasa nada, podemos quedar e ir a los cines de Parque Principado, que te queda más cerca. Además, a mí me pueden llevar en coche.- Le dijo Dayna a Fran, aunque la verdad es que le hubiese dado igual el lugar donde conocerse, el único deseo era que llegase ese momento.


-Entonces hecho, el sábado nos veremos en los cines. A ver qué películas hay en la cartelera, espero que haya una de miedo. La verdad que tengo ganas ya de que sea sábado y conocerte, que en estos días me has caído bastante bien.- La emoción hace que a Fran le cueste escribir algo como eso, el pulso le empieza a temblar. Pero está muy contento, quiere conocer a Dayna lo antes posible.


-Sí, me imagino que alguna película de terror habrá. Voy a mirar en la página web de los cines, a ver si echando un vistazo veo algo.- Dayna entra en internet, teclea rápidamente la dirección web de los cines. Echa un vistazo a la cartelera y no parece que para el sábado sea posible ver una película de miedo.


Los dos quedan algo decepcionados con el listado de películas, pero a ellos lo que realmente les importa es conocerse, los planes son algo secundario. Dayna y Fran llegan a un acuerdo que no han tenido que discurrir demasiado. Se verán el sábado diez de Octubre a las cinco y media de la tarde. Como referencia se encontrarán en la entrada de una tienda de ordenadores del centro comercial e irán a ver una película, aunque aún no saben cuál. Decidirán una vez allí.


Una vez decididos los planes llega una mala noticia para Dayna dado por Fran, tienen que dejar de hablar, por lo menos hasta de noche. Se despiden y se dicen el uno al otro cuantas ganas tienen de conocerse. Fran alarga su despedida todo lo que puede, pero llega el momento definitivo en que su conversación se vuelve un fondo gris, en el que sólo queda ya Dayna, que abandona también segundos después.


Dayna recoge su portátil, pues sin Fran disponible para hablar con ella no tiene nada mejor que hacer, y de hecho tampoco lo quiere tener. Sube a su habitación a leer un libro, del que lleva leído cuatro páginas de las quinientas que tiene y que empezó hace una semana. Justo antes de haber conocido por la red a Fran.


Pasa las páginas de su libro. Hace que lee, pero no se da cuenta de lo que sucede en la historia. Pasea la vista por las hojas, vacías para ella de sentido. Tiene a Fran en la cabeza constantemente y no puede sacárselo. Aunque tampoco se esfuerza por intentar sacárselo. No quiere.


Llega la hora para Dayna de irse a la cama, pero Fran aún no ha vuelto a conectarse al chat, su foto de perfil continuaba en un fondo gris. Pero Dayna decide quedarse a esperar un poco más, se va a su habitación para hacerle creer a su madre que se va a acostar. Coge el ordenador portátil y, bajo las sábanas de su cama continúa a la espera de que en algún momento apareciese un aviso de que Fran estaba en línea, disponible para poder hablar con Dayna.


Pasa el tiempo, un minuto para Dayna se hacía eterno y sus ojos comienzan a cerrarse por el cansancio cuando, de repente aparece en el ordenador de Dayna el recuadro del chat de Messenger con un sonido de alerta y un nuevo mensaje. Era Fran, por fin se ha conectado. Dayna está empezando sonreír.


El primer mensaje que envía Fran a través del chat lleva una disculpa debido al retraso, pero Dayna le tranquiliza diciendo que no tiene importancia, que a ella le apetecía hablar con él y que fue quien decidió quedarse levantada a esperarle.


Por desgracia su conversación nocturna no es demasiado larga, Dayna no puede aguantar más tiempo despierta. Ellos se despiden hasta mañana mencionando el hecho de que se conocerán en dos días, de los que mañana ya sólo quedará uno.


Dayna cierra su ordenador portátil después de despedirse de Fran. Y sigue sentada sobre su cama con el ordenador apoyado entre las piernas, mira para el techo y piensa en el Sábado, en el Sábado y sobretodo en Fran. Conciliar el sueño es difícil cuando se juntan tantas emociones en una misma noche, y el tiempo pasa despacio para Dayna como si de una eternidad se tratase e imposible fuese no pensar el algo que no fuese llegar a la tarde del sábado.


La semana tiene cinco días lectivos, a los que continúan sábado y domingo. Ayer fue jueves y mañana será sábado, lo que quiere decir que Dayna vive ya en su último viernes antes de conocer a Fran. Su teléfono se ilumina, reproduciendo la melodía a modo de despertador. Dayna se destapa y para el sonido, aún no es consciente de que es viernes, ni si quiera debe darse cuenta aún de que se ha despertado. Pero esta sensación no dura mucho, Fran es el único que merodea por la cabeza de Dayna desde el momento en que decidieron planear una tarde para conocerle, por eso resultaría imposible que se olvidase de su compañero. Puede ser que hoy sea en el que Dayna vaya a clase con más ilusión, ilusión por acabar el día cuanto antes. Claro.


Las horas, las lecciones de los profesores en sus clases, el sonido del timbre entre clase y clase, los recreos, las risas de sus amigas… Todo parece que ha ocurrido en el mismo segundo, pero las seis horas de clase diarias han terminado. Eso quiere decir que llega la hora de volver a casa, que la tarde se acerca, pero para Dayna quiere decir que queda menos para que se termine el día. Mañana, sólo un día queda para que Dayna y Fran se conozcan en persona, pero aún les queda la tarde de hoy para acabar de planificar su espectacular tarde, que no surja ni una sola duda. Dayna sabe que será estupenda.


Para qué colocar la carpeta llena de folios y la mochila correctamente en la habitación y comer con paz y tranquilidad si un chico tan especial como Fran está esperando al otro lado de su ordenador para hablar con Dayna. Lo único importante en este momento es encender el ordenador y hablar con Fran antes de que se vaya a sus clases particulares.


Dayna recoge rápidamente su ordenador de la parte superior del armario, teclea su dirección de correo y su contraseña tan rápido que no se asegura de que ambos estén correctamente escritos, busca entre todas las direcciones de sus amigos la de Fran, pero antes de que ella la visualizase Fran se adelanta y saluda a Dayna. Comienza la primera conversación de la tarde, antes del mejor sábado que pueda existir.


-Hola Dayna, no tengo mucho tiempo para hablar, he de irme rápido a clase particular. Y esta noche no podremos hablar, así que lo mejor sería que acabásemos de planear hoy todo y ya nos veremos mañana, ¿Vale?- A Fran le sentía fatal tener que dejar de hablar con Dayna pero a veces las cosas no siempre salen como queremos, lo que Fran quería en este momento era un plan completo para el sábado.


-Vale, no pasa nada. Entonces ya no vemos mañana. Sábado, cinco y media delante de la entrada de la tienda de ordenadores de Parque Principado. La película la decidimos una vez allí, tampoco tenemos prisa porque hemos quedado temprano.- Por dentro Dayna estaba muy desilusionada, apenas podía aguantar las ganas por hablar con Fran y su conversación no podría durar más de diez minutos, o ni siquiera eso.


-Hecho. Me tengo que ir, te veo mañana. Tengo unas ganas que no me puedo aguantar, hasta mañana Dayna.- El apagar el ordenador le hace sentir a Fran un intenso dolor, o por lo menos un sentimiento doloroso. Mañana será un gran día y Fran lo sabe bien, desea que pasen las horas lo más rápido posible. Dayna estará mañana delante de sus ojos, podrá verla, podrá reír con ella, conocerá a una gran amiga. Está seguro de ello.


Dayna en cambio sigue mirando la pantalla de su ordenador, leyendo y releyendo la despedida de Fran, como si pensase que el estar aún con un cuadro virtual de conversación abierto fuese que la conversación con Fran continúa. Pero sabe que eso es imposible, Fran ha dicho adiós, se ha despedido hasta mañana. Dayna sabe de sobra que tiene que apagar el ordenador, que nadie va a continuar más aquella conversación.


Pero puede que la pregunta más importante que tenga que formularse Dayna sea por qué un simple chico de la red, un chico entre otros diez mil millones que pudieran haber sido ha despertado tanto su curiosidad. Fran tenía algo, algo que a Dayna le encantaba. Y está segura de llegará a ser un gran amigo.


Dayna deja el ordenador en la mesita del salón para que su madre lo tenga más a mano cuando llegue de trabajar. Ella sale del salón y va primero a la cocina, coge un vaso y lo llena de agua fresca para aliviar la sequedad de su garganta. Sube las escaleras hasta el piso de arriba apoyada en el pasamanos de madera, en casa se está muy a gusto en ese momento, la calefacción está puesta y calienta hasta la madera de las escaleras, las pisadas de Dayna se hacen suaves gracias a la mullida suela de sus zapatillas. Dayna siente el calor, la sensación de confortabilidad, ahora mismo está lo más cómoda y feliz posible.

lunes, mayo 16

"El amor florece en Otoño" Parte I

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


“Echarse a dormir temprano una noche pensando que así tendrás menos sueño al día siguiente cuando suene el despertador, es el mito más falso de la sociedad.” A esto también se le puede llamar filosofía, en realidad cada persona tiene una filosofía propia y esta es en concreto la que Dayna lleva por bandera día a día, Dayna es una persona muy peculiar, se puede decir que hasta su personalidad es extraña. Dayna, simplemente catorce años le bastan para tener organizada su vida al minuto, lo que hizo, lo que hace y lo que hará. Es una chica muy calculadora, incluso a veces demasiado, pero a veces las experiencias le hacen cambiar increíblemente.




“Nunca pensé que llegaría, nunca creí en ese momento…” Así dice la melodía que despierta a Dayna todas las mañanas a las siete y media, y hoy no es un día especial. Dayna se levanta, se viste para ir a desayunar rápidamente y poder recoger sus libros para ir a clase. Como suele pasar es la primera en llegar a la parada de su autobús escolar, y tiene que aguantar el frío de por la mañana hasta que llegue alguno de sus compañeros.


Llega el autobús que la lleva hasta su instituto, en el que cursa tercero de la E.S.O y en el que pasa seis horas diarias de las que la mejor parte son los descansos en el patio con sus amigas. Esa clase de amigas que se enteran de todo antes de que pase, en parte es una ventaja, es divertido ver que sus rumores son ciertos o reírse entre todos si son completamente diferentes a la realidad.


Suena la campana que anuncia el final del día, Dayna se despide de sus amigas de clase porque hoy no vuelve a la casa en autobús, viene a buscarla su madre que acaba de llegar de hacer recados y tiene el coche disponible, Dayna le cuenta a su madre que ha tenido un pequeño bajón en el examen de matemáticas de hoy, es una excusa algo mal pensada pues siempre tiene bajones en los exámenes de matemáticas. A Dayna le gustan más otra clase de asignaturas, sobre todo si se alejan del campo de los números.


El día pasa rápido para Dayna, no parece que haya pasado más de media hora desde que salió de clase y el crepúsculo ya gobierna el cielo, Dayna está en su habitación navegando con su portátil tumbada en la cama, rodeada de su gran colección de peluches que la rodean con la mirada, entre los que está su favorito, un oso blanco que sujeta un corazón entre sus brazos en el que pone “Te quiero”. Es un peluche conseguido en una caseta de feria, que sería algo bonito en el caso de que se lo hubiese regalado alguien que no fuese su padre.


Todo ocurre en el peor momento, siempre que va a pasar algo agradable algo te impide alcanzarlo, siempre. De la parte superior del ordenador portátil de Dayna ya ha empezado a iluminarse repetitivamente una luz roja. Hasta una simple máquina utiliza las indirectas para pedirte que lo dejes en paz, y ha de ser justamente, en el tiempo preciso, ipso facto o como prefiera llamarse, en el momento que el perfil de la red social de Dayna está dedicado a una petición virtual de amistad, que no podrá ser descubierta hasta el día siguiente. Sólo un minuto hubiera bastado. Pero el destino así es, qué palabra: destino, ahora todo se dice de un destino, todas las personas lo han usado alguna vez, aunque en realidad casi siempre sea para echarle la culpa de algo, si algo sale mal siempre es culpa del destino, está bien, es una forma como otra cualquiera de disfrazar la cobardía de las personas, si no tenemos el valor de afrontar que algo ha ocurrido por nuestra culpa o por la de otros decimos que ha sido el destino.


La cabeza de Dayna reposa encima de la almohada, sabiendo que debe irse a dormir pues ya es tarde, pero qué le importa a Dayna, si pase lo que pase mañana sería un día como otro cualquiera.


El momento que cualquiera llamaría nuevo día es el que Dayna llama simplemente nueva mañana, tiene el desayuno encima de la mesa, para desayunar sola mientras su madre ya se ha ido a la oficina, la mejor manera de empezar el día es sola. Sí señor.


Ya está cansada, cansada de estar todas las mañanas sola, cansada de pasar frío esperando el autobús. No se piensa ni un instante las consecuencias que acarrea faltar a clase, pero qué se puede perder. Sólo se puede ganar, ganar tiempo. Encima de su cama está el ordenador portátil que ayer había dejado intrigada a Dayna, enciende el ordenador y abre su perfil en la red. Ahí sigue aquella alerta en color verde. Rodeada de una cantidad de compañeros, saltándose las normas de clase y entrando en internet, podrán acusarla de no ir a clase, pero Dayna tiene la mente muy fría, a veces hasta demasiado.


Qué fácil es hacer click, qué cerca está el conocer quién se interesa por ti y por conocerte, a una distancia de quince centímetros, entre la mirada de Dayna y la pantalla del ordenador, puede que no parezca gran cosa, y en realidad no es gran cosa, quién tiene menos de cien personas en las redes sociales, personas, que no amigos.


Es un chico, no se le ve claramente, pero parece algo mayor, o es tan solo la poca claridad de la fotografía. Qué podemos perder, tanta ilusión la noche anterior por descubrir su identidad no se iba a tirar por la borda. Petición aceptada, ya está, tan sencillo como eso. Y nada ha cambiado, Dayna sigue quebrantando las nomas del instituto, sigue ahí sentada con un ordenador, igual que desde que decidió quedarse en casa, lo único que ha cambiado ha sido el aumento del número de personas en el perfil de Dayna, con una persona que ni siquiera conoce, puede ser malo o no, dependiendo del punto de vista de cada persona. Pero mejor ver siempre las cosas desde el peor punto de vista, así, nunca tienes nada que perder.


Cómo es la vida, o el destino, que las casualidades pueden ser la mejor parte del día, hay alguien más que piensa como Dayna, y prefiere saltarse las clases. El chico que hasta hace poco no tenía identidad estaba al otro lado de una pantalla. En su foto se veían unos preciosos ojos azules, bajo un brillante pelo negro. Su nombre: Francisco, Fran.


La iniciativa es el mejor de los impulsos existentes y, siguiendo esta, Dayna decide dar pie en una conversación a Fran. Parece agradable, de hecho es agradable. Fran reside a treinta kilómetros de la villa de Avilés, en Lugones.


Dayna no puede evitar pensar que a pesar de la poca conversación que tenido con Fran ha habido una conexión entre ambos, nunca ha sentido algo parecido a esto, le asusta, le enfada, pero también le ilusiona.


Con Fran las horas pasan volando y las sonrisas en el rostro de Dayna son continuas, por otra parte es algo peligroso entablar relación con alguien desconocido a quién nunca has visto o que nunca llegarás a ver. Por lo menos eso se dice.


Desde ese mismo día, la única preocupación de Dayna es llegar temprano de clase y comer deprisa para poder pasar más tiempo hablando con Fran. Se ha creado ente ambos una amistad. No ha pasado una semana desde aquel primer día y parecen conocerse desde hace años. Ríen, bromean, discuten, hasta se prestan consejos y experiencias. Él estudia primero de Bachillerato en el instituto Astures de Lugones, le encanta el fútbol al igual que a Dayna y las películas de terror le vuelven loco.


Poco a poco Dayna se da cuenta, y seguramente Fran también, de que a amos les gustan las mismas cosas. Hasta tal punto que si no se llega a dar la coincidencia de que los dos son aficionados al mismo equipo de fútbol nunca se hubieran conocido. Nunca habría visto Fran una fotografía en internet de los jugadores en línea de su equipo preferido, y nunca habría visto al pie de la fotografía una opinión escrita firmada con el nombre de Dayna. Lo que quiere decir que nunca, nunca habría decidido pedirle por medio de esa red social el ser su amiga.


Estas casualidades son las que nos pueden cambiar la vida cuando menos nos lo esperamos, ésta es la definición perfecta de cambio. Y un cambio puede ser bueno o malo, todos lo sabemos y siempre deseamos que todos los cambios de nuestra vida sean bueno, pero siendo realistas sabemos que la vida da sorpresas buena y sorpresas malas. Y lo que nuevamente algunas personas llamarían destino ha decidido que ésta fuese una buena sorpresa, un buen cambio. Pasan los días, las semanas. Estamos a día ocho de Octubre en el año 2010 y ambos comienzan a tener por rutina diaria el no para de hablar a través de internet, parecen amigos de toda la vida, de hecho si se hubiesen conocido hace años seguramente serían inseparables. Lo que empezó hace unos días siendo unas mínimas conversaciones a través de simples mensajes avanzaron hasta convertirse en conversaciones a través de una cámara web, pudiendo verse el uno al otro.


Y la atracción de Dayna por Fran pasa de ser solo por su personalidad. Dayna empieza a fijarse en todo, en su cara, en su sonrisa y en su mirada, evocada por unos perfectos ojos azules. De los pocos días que lleva viéndole por la pantalla del ordenador nunca se había fijado tanto en esos ojitos. Dayna no para de decirle que es un chico guapísimo y que sus ojos son algo especial. Él se empeña en negarlo y devolverle los cumplidos. Esto se asemeja a una lucha en la que cada uno de ellos se turnan para piropearse y negarse los cumplidos recibidos a la par.


No se puede saber con seguridad si esto se está haciendo amistad pues ni si quiera se conocen en persona, los dos quieren saber cómo es el otro en persona, pero falta coraje, falta la valentía. Pero al igual que el resto de experiencias en la vida si no te arriesgas no ganas.


Con el corazón en la garganta, el pulso tembloroso y sudores fríos en las manos, Dayna se arma de valor y teclea, pausadamente, revisando letra a letra lo que escribe:


-Estaría genial que nos viésemos un día. Ya sabes, quedar e ir por ahí.


Dayna no puede ver a Fran es ese momento, pero es fácil suponer la sonrisa que ha esbozado debido a la felicidad y al sentimiento de alivio. Él también deseaba poder conocer a Dayna, pero a veces el valor nos falta.


-Pues la verdad es que sí, si no tienes nada que hacer podríamos ir al cine este sábado.

martes, mayo 10

Tan poco tiempo

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.
-¡Esperad, aún no ha terminado la clase!- Me pone enfermo que me hagan poner todo mi material de nuevo encima de la mesa después de haberlo recogido. A mis dieciséis años soy lo suficientemente responsable como para saber que sí, que está mal pero, por seis minutos no se ha de ser tan estricto. Qué hablo de seis minutos, no me dio tiempo siquiera a acabar de procesar esto en mi mente pues el timbre me interrumpió. Para todo falta tiempo, para pensar, para dar clase, hasta para bajar al segundo piso por las putas escaleras, es imposible bajar, subir o escupir en ellas por que la gente se amontona de tal manera que tienes mucha suerte si consigues dar tres pasos seguidos. Paredes azules con manchas por culpa del paso de los años, un montón de cabezas y golpes frenéticos de mochilas.


Algún idiota no miraba por dónde iba y me golpeó en plena cara, lo peor es que estaba recién operado de un ojo y seguramente eso no ayudase a aminorar el dolor. Veía por un ojo, el otro estaba medio cerrado por el golpe y seguidamente se me pondría morado. Pero vi algo que verdaderamente me alegro el día, era un cartel que establecía las bases para un concurso de historias que organizaba el Departamento de Lengua de mi instituto. Tuve que memorizarlas por encima porque si prestaba demasiada atención perdería el autobús, pero fue fácil recordarlas, eran sencillas, el problema sería que quedaba poco tiempo para terminar el plazo de presentación. Sólo cuatro días.

Llegué a casa y me tumbé en el sofá, puede parecer raro, puedes pensar que yo soy raro pero, sinceramente no me puedo inventar historias decentes pegado al teclado o al papel, yo necesito relajarme y pensar en cosas que me han pasado para, poco a poco ir adornándolas de tal forma que lleguen a construir algo que pasar a papel, a veces hasta tengo que esperar a estar en la cama muerto de sueño y venga, me golpean las ideas la cabeza. Es en serio, vale, admito que mis maneras son un tanto especiales. Pero por ahora me gusta.

Seguía tumbado, viendo la tele y hubiera podido escribir un libro si cada idea estúpida que tuve hubiese sido buena. No había nada que perder, así que por cambiar me levanté y me fui a un pequeño descampado que hay en mi barrio, en Llaranes, con alguna esperanza de que sentado en el prado me viniese algo a la cabeza que no fueran prisas ni presiones, ni la maldita idea de que se me iba a acabar el plazo antes de empezar a escribir algo. Pensé en improvisar, algunos dicen que en un concurso debes dar lo mejor de ti pero yo creo que cuando no hay opción una improvisación nunca viene mal. Se me ocurrió escribir una historia de amor, nunca se me han dado bien, de hecho no me gustan las historias de amor, son odiosas. Pero también es cierto que me gustan los retos y me parecía una buena idea, podía aprovechar la realidad y contar, cómo conocí a mi novia, cómo una red social me unió a ella y de qué manera acabé saliendo con la que seguía siendo mi chica. Pero como me suele pasar, empecé a escribirla, y de verdad que estaba convencido de que iba a ser una historia completa, pues por confiarme demasiado, o quizás no por confiarme, pero simplemente de un momento para otro me asqueó la idea de escribir esa historia deprisa y en un espacio tan limitado como el que se redactaba en las bases del concurso. No me arrepentí de tomar esa decisión y dejar la historia para más adelante, hasta pensé en escribirla con todo lujo de detalles y regalársela a mi novia por nuestro aniversario, bien encuadernado y con una dedicatoria. En realidad estoy hecho un romántico.

Los días seguían pasando. Ya sólo quedaban dos para terminar el plazo de presentación de las historias, qué elegante suena <>, con lo fácil que sería decir simplemente que se acaba el plazo ese día, pero bueno, a la gente le gusta mucho aparentar que son importantes. Tampoco me estoy refiriendo a los profesores, sólo son cosas que me vienen a la cabeza por momentos, puede que hasta de una tontería como esa se me ocurriese una historia y, a falta de ideas tendría que sacarlas de donde fuese.
Apenas me concentraba en las clases, no paraba de pensar en qué podría escribir que fuese original, no muy complicado, las historias enrevesadas llenas de líos, confusiones y demás tenía que pensarlas mucho. Mucho. A veces necesitaba más de un mes para escribir dos párrafos porque hasta yo me perdía en mis propias historias, que pena me daban a veces los protagonistas de mis historias, de verdad.

Yo también estaba perdido, pero perdido de una forma penosa, sólo quedaba un día para presentar algo al concurso y mi mente, al igual que mi hoja estaba en blanco. Ya no me daba tiempo a pensar en una historia, pero a veces las ideas vienen a la cabeza muy deprisa, y ésta fue tan deprisa que me pareció un golpe. Decidido, me lancé a la aventura y sin pensarlo me puse a escribir, escribí algo que me pareció bueno pero a la vez era muy sencillo. Escribí, y llené las páginas de mi propia experiencia, escribí cómo vi aquel cartel, cómo lo pasé de mal para que se me ocurriera algo, cómo los nervios casi acaban conmigo, hasta escribí cómo se me ocurrió un regalo genial para mi novia.