Lliteratura

Lliteratura
Les hestories pequeñes son les úniques que pues lleer milenta vegaes...

martes, mayo 7

"La Curuxa" Parte II, (castellano)

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


-¿Tú crees en el Busgosu y en los demás?-

Sí, claro- respondí. No sé por qué hablé tan convencida. Seguramente habría sido para no romper el ambiente mágico en que parecía que me encontraba.

Guillermo cogió a Viviana y Antolín de la mano, y me dijo que tendríamos que comenzar a bajar para que no oscureciese estando aún en la montaña.

            La noche en el pueblo sería tranquila. Los niños habían regresado a sus casas. Guillermo dormiría en casa de uno de nuestros amigos, para no tener que utilizar el coche a esas horas. Estábamos paseando de la mano por la grava, me hizo parar bajo una farola, y me abrazó suavemente.

- ¿Quieres subir a la zona alta? No creo que haya nadie a estas horas- clavó sus ojos en los míos. -¿Para qué?- Él rio, y yo también. -¿Qué te parece si lo dejamos para otro día?, cuando nos aseguremos de que no haya nadie. Después de que pasen las fechas de fiesta, por ejemplo…- Intentó deslizar su brazo por encima de mi cuello, pero lo evité, no estaba cómoda caminando así.

            En el cielo brillaban las estrellas, y nuestros besos las hacían brillar más fervientemente. Era una noche maravillosa. Llegaba ya la madrugada.

El último beso que nos dimos antes de despedirnos fue largo. Sin embargo, poco después, caminábamos en direcciones distintas.

Al llegar a casa, Rosario estaba llorando, y por la parte trasera de la casa, en la calle, había un alboroto considerable. Ella no contestaba a mis preguntas, no estaba en condiciones de hablar, así que la tapé con una manta y salí fuera para ver qué sucedía.

            No pude evitar emocionarme. Mis ojos se bañaron en lágrimas tan solo con ver la desesperación, fuertemente marcada, en los rostros de quienes allí se encontraban.

Un chico de unos veinte años, a quien nunca había visto por el pueblo, se acercó a mí. Desesperada, pregunté qué había sucedido. Me contestó con una voz temblorosa y entrecortada. Un niño había desaparecido.

-Nadie sabe dónde está, ni cuánto lleva fuera, yo mismo había ido con sus padres a Nava hoy de tarde para hacer unos recados. Parece ser que, cuando volvieron, el chico no estaba en casa, le buscaron pensando que podría encontrarse en el prado o en el parque. Pero pasaron las horas y seguía sin aparecer. La única persona que dijo verlo ha sido su abuela, pero quién sabe si será verdad, a sus noventa años y con demencia senil no diferencian lo que ven de lo que imaginan- me miró fijamente, como si me hubiera contestado por cortesía, sin percatarse de mí hasta el momento.- Tú, eres Llara, tú fuiste hoy con los niños a Incós, ¡tienes que saber dónde está!- elevó el volumen de la voz a medida que hablaba, terminando en un grito que me horrorizó.

- ¡No puede ser!, ¿de qué niño se trata?-

Me agarró fuertemente de un brazo y me miró encolerizado.- ¡Joaquín!, ¡deberías haberte quedado con él hasta que sus padres llegasen!, ¡irresponsable!-

Empecé a llorar, como si el último de mis días estuviese cerca, como el condenado que pide piedad ante su yugo. En ese momento mi vida era una nube gris, donde la culpa me envolvía.

            Joaquín llevaba horas desaparecido. Las cuatro de la madrugada, frío, cielo encapotado comenzando a deshacerse en una lluvia que parecía granizo por sus embestidas contra el suelo. Corrí, resbalé, me volví a levantar y seguí corriendo, mi pelo chorreaba, comencé a asfixiarme. Corrí hasta la parte oeste del pueblo, y golpeé bruscamente, con gritos continuos en mi garganta, la aldaba de bronce.

Guillermo abrió atemorizado por los gritos. Me rodeó con sus brazos, pero yo seguía llorando, no era capaz de explicarle qué pasaba. Me obligó a pasar al interior, intentó sentarme en una silla. Hablé ahogada por las lágrimas, asustada aún por las acusaciones y los gritos.

-Toma- me tendió una linterna sobre las manos. -Puede estar en cualquier parte, hay que correr.- Se paró en seco frente a mí.- No quiero pensar que tenga algo que ver con las tonterías que le contaste en Incós.-

Aumentaron mis ganas de llorar, me sentía sola. Amanecería en tan solo unas horas, y los árboles del bosque de la parte alta del pueblo se iluminaban con las numerosas linternas de todos cuantos buscábamos a Joaquín.

El suelo estaba embarrado. Él no me dirigía ni una sola palabra, y se encontraba varios metros por detrás, pero íbamos en direcciones opuestas. Direcciones que, seguramente, se corresponderían con las de nuestras vidas.

            ¿Quién era yo para ilusionar a un niño con esas historias? ¿Por qué no me puse límites a mí misma? Y, sobre todo, por qué le diría que creía en esos relatos.

            Inmóvil, y de rodillas en el suelo por agotamiento, fui empujada hacia delante con fuerza. Una fuerza que me transmitió calor con el empuje. Sintiendo en mi espalda la forma y el frío de una pequeña nariz, escuchando leves sollozos, y respirando con dificultad por culpa de la presión de un cuerpo sobre mi espalda y pecho, caí en la tierra.

Sus ojos eran firmes y secos, y su abrazo significó el mayor milagro imaginable hasta para mí, que nunca creí en los milagros. El pequeño se asustó con mi grito. Los vecinos comenzaron a acercarse. Y Joaquín se agarró con fuerza a mí. Entonces, le pregunté el porqué de esa desaparición.

-Estaba buscando- su voz se apagaba.

- ¿Qué?, ¿qué estabas buscando?-

-Buscaba la piedra. Para que mi abuela se curase.

- Joaquín, esa piedra no existe, es mitología. Me emociono mucho contándoos historias, no fue más que eso.-

Llenos de lágrimas el pequeño y yo éramos uno. Guillermo, acercándose, me abrazó. Sentí que sería su forma de anunciar nuestro último abrazo. Pero un beso me hizo olvidar esa idea.

En  un cierto momento Guillermo golpeó al aire de manera muy brusca, como si intentase partir el firmamento, asustándonos a los dos. Se oía un aleteo alejarse de nuestras espaldas. La silueta del ave nocturna se hacía cada vez más pequeña, distanciándose de la mano de su acogedora noche, una blanca estela que empequeñecía y se alejaba cada vez más, como la vida. Sus grandes ojos negros, su emplumado cuerpo, blanco como la luz al final del camino. Se llevaba consigo la energía, mi aire, su aire, se desvanecía con la oscuridad de la noche y la llegada del alba. Mi último suspiro, y se lo regalé.

"La Curuxa" Parte I, (Castellano)

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Ni que decir tiene que, al ser dos lenguas diferentes, al traducir algunas cosas varían. Podemos decir que esta versión es, de algún modo, la más "pobre", pues me me centré más en la original.


Después de haber acabado con los exámenes, con la selectividad, y con la presión de escoger la carrera que vas a estudiar, llega el verano. Desde hace dos años, en época de clases o no, me bastaba para no perder la sonrisa ir de vez en cuando al colegio de mi pueblo para leer a los niños unas líneas de Montesín. Así era que yo salía del colegio con la carpeta mojándose por la forma en que llovía, intentaba taparla, había pasado por muchas manos desde que se publicó por primera vez el manuscrito, y este, en concreto, era un regalo de mi abuela.

Me costaba caminar por la calle sin resbalar en la piedra, y tenía prisa por llegar a casa. Pasé por delante de la placa dedicada a la autora de tan preciosa obra y que tanto gustaba en el pueblo.  Grabadas en un panel de hierro, una sucesión de letras narraba un fragmento de Montesín y, justo debajo, se encontraba, nada estropeado por el paso de los años, el nombre y firma de María Josefa Canellada. Me paré a mirarlo y a leer la placa en voz alta a la vez que mi cabeza  repetía el fragmento de memoria después de tantas lecturas. Acariciando mi pelo palpé una flor que me había regalado un niño, un capullo pequeñito de una rosa blanca. La desenredé de mis rizos y la coloqué en una pequeña abertura entre el hierro y la azulada pared que sostenía la placa. Cada vez que miraba ese grabado sentía que el tiempo se paraba. Pero la realidad me golpeaba con cada gota de lluvia sobre mi cuerpo, diciéndome que corriese para casa.

Intenté no ensuciar mucho el suelo de la entrada. En la cocina me esperaba mi tía abuela Rosario.

-Llara, ha preguntado por ti Felechosa.

Ya me imagino cuánta gente habría preguntado por mí al darse  la noticia de que la nieta de Carballo venía al pueblo. A mí me solían llamar “Carballo nieta” o “Carballo neña” para diferenciarme de mi abuelo, otras veces me conocían por el apellido de mi abuela.

Ese verano debería visitar el pueblo muchas veces. Además de estar cerca la Fiesta de la Boroña, hacía un año desde que, en 2012, se hizo el homenaje por el 100º aniversario del nacimiento de María Josefa Canellada y cinco desde que Torazo había sido nombrado Pueblo ejemplar de Asturias, por lo que rebosaría el turismo, y habría que trabajar duro para preparar las fiestas.

Tenía pensado regresar a Avilés ese mismo día. Pero Rosario no me quería dejar marchar:

-¿Qué dices?, ¿Que quieres marcharte ahora? Cogerás una pingadura y te pondrás mala, ¡luego quedarás más delgada que una flauta!, quédate, que tienes muchas cosas que hacer para los niños.

Llamé a mi madre para decirle que me quedaba, y subí a mi habitación, en lo alto de la casa. Normalmente no dormía nadie ahí.

Me tumbé sobre el colchón de lana. Cada vez que dormía en él, me costaba acostumbrarme, pero aunque hubiese otro, me gustaba dormir allí; era como si retrocediese mentalmente años y años atrás. La habitación era violeta, me transmitía una extraña melancolía, me hacía reflexionar, sobre todo, en el futuro, y valoraba mejor todas mis opciones. Amaba Llaranes, el barrio en el que me había criado. Desde pequeña deseaba terminar el colegio y el instituto para ir a la Universidad a estudiar Filología Hispánica, y también Lengua Asturiana. Mi mayor deseo era ser profesora en algún momento. Si la oportunidad fuese en mi ciudad, estaría encantada, pero si me tuviera que marchar al extranjero no me importaría, y nunca me iría sola, mi novio me acompañaría a comenzar de cero una nueva vida, cada uno con su vocación. Los sueños nos acompañan a la vez que las ilusiones, pero no quería que mi deseo se estancara como una simple ilusión, y lucharía por hacerlo realidad.

Mis ojos comenzaban a cerrarse por el cansancio, la noche iba cayendo poco a poco. La manta rozaba mi piel, no tardé en sentir el calor y me dormí sin cerrar la ventana.

            A la mañana siguiente comenzó a llegarme el olor de la leche de vaca recién ordeñada y caliente. Era temprano, pero el sol ya brillaba con fuerza. Me había levantado muy enérgica, y decidí acercarme a la escuela para organizarles alguna actividad a los niños. No desayuné mucho, la leche estaba muy fuerte, así que me vestí lo más pronto posible y fui dando un paseo hasta llegar a la escuela.

Se alegraban mucho de verme por allí otra mañana más, los niños siempre se lo pasaban bien, tanto leyendo Montesín, como poesía, o proponiendo juegos.

            -Me gustaría pedirte un favor, Llara. Espero que no te importe- cada vez que oía esa frase, un escalofrío me recorría, y me sentía incapaz ante todo. Pero en este caso no fue difícil, no era otra cosa sino encargarme de abrir y cerrar el colegio, puesto que las dos profesoras tenían una reunión importante en Miangues, un pueblecito cercano a Torazo. Antes de que se marchasen, les propuse una idea que había ido pensando de camino al colegio: una excursión al Pico Incós, un paseo para que tanto madres, como padres, vecinos del pueblo, amigos y escolares disfrutásemos juntos de la Asturias verde que conocemos.

Me llevaba bien con todos los niños, me querían mucho, y yo a ellos, más aún. Deseaba que me hiciesen preguntas sobre clase, me ayudaba a sentirme profesora y hacía que mi ilusión por llegar a serlo creciese como los propios niños, o como yo misma.

            La idea de la excursión gustó mucho en el pueblo, y apenas tuve tiempo de organizarla, se haría a la mañana del día siguiente. Pero, para mi sorpresa, esperaba que se hubiese apuntado más gente. Cuatro niños del colegio, mi novio Guillermo, y yo, seríamos los únicos que recorriesen la ladera del Incós hasta su cima. Posiblemente no fuese algo malo, estaríamos como en familia.

            Era un día muy soleado, puede que hasta demasiado para ascender por la montaña. Los niños parecían muy contentos, siempre participaban en todas las actividades, hasta debían ya de haber memorizado mis lecturas después de acudir en tantas ocasiones. Eran muy inteligentes para el marco de edad que comprendían. Creía recordar que Antolín tenía siete años, Julio, seis; el más mayor era Joaquín, con diez, y la pequeña Viviana, de cinco, era una niña de origen mexicano. En los alrededores de Incós vivían desde hacía unas décadas mexicanos de clase pudiente. La pequeña poseía una luminosidad en la cara y una mirada entre azul y verde encandiladora.

            -No parecen cansarse caminando, qué energía- me encantaba ver sonreír a Guillermo. Cogió mi mano y me besó en la mejilla. Los niños le empujaron bromeando y se rieron a coro.

Cada vez nos hallábamos más cerca de la cima, el sol se había ocultado y la brisa fresca empezaba a correr caída ya la tarde. Teníamos que animar a los niños para que los pequeños avanzasen. Empezaban a estar cansados de subir, pero sus pies estaban dispuestos a llegar hasta arriba. Guillermo alzó a su cuello a Antolín y Viviana se reía pícaramente.

            Extendimos unas toallas sobre el suave herbaje llegados a la cima. Antolín se aproximó a observar el horizonte, me acerqué a él. Aún había claridad, y pudimos contemplar un maravilloso paisaje.

-En momentos así de despejados, desde aquí se divisan perfectamente los Picos de Europa- cogí a Antolín en brazos para que observase mejor. Su sonrisa me lo dijo todo. Era un día tan maravilloso que hasta era posible avistar una pequeña parte del puerto de San Isidro. Los niños jugaron durante un buen rato, me regalaron una diadema hecha de margaritas, y a Guillermo, dos anillos, diciéndole que me pusiera uno en la mano. Ambos nos reímos. Se estaba tan cómodo en la montaña que todo era felicidad.

            Julio y Joaquín se acercaron a mí, con un cierto aire de preocupación:

-Llara.- me nombraron en un tono frío, lo que me pareció extraño, pues habían estado jugando y corretando toda la tarde. -¿Sabes qué es la Piedra del Cuélebre?-

 Me gustaba mucho la mitología, y me encantaba que la gente se interesase por esas historias, así que contesté sin pensar más:

- Es algo muy antiguo. Se cuenta que seis culebras se juntan al Cuélebre y todas ellas vierten su baba y sudor sobre la cabeza del animal, y esta saliva, al endurecerse, forma la piedra. Normalmente se afirma que sirve para curar algunas enfermedades, pero en otras zonas de Asturias se dice que da la felicidad a quien la posea.-

 Joaquín me miró pensativo- ¿Por qué queríais saberlo?-

-Mi abuela está mala desde hace un mes, y el otro día oí decir a dos vecinas que no la salvaría ya ni la piedra del cuélebre- contesté con la intención de no oscurecer así la tarde, y para ello me apoyé en el gusto de las gentes por el chisme y el cotilleo.

-Cuéntanos más cosas. A mí me encanta el Busgosu, y el Trasgu también.- Seguro que en su casa debían de llamarle mucho “trasgu”, era un niño muy travieso.- Pero hace poco leí un libro muy viejo de mi madre, y aparecían también una “Curuxa” y un “Carretu”.

-Eres un niño muy preguntón- Me reí- eso es un poco más desagradable. El “Carretu” es el “Carretu de la Muerte”, que vuela por los cielos recogiendo las almas de los recién fallecidos. La Curuxa es algo diferente. Es una lechuza blanquísima,  ronda alrededor de los hogares donde está próxima la muerte de alguno de quienes viven allí, o sobre las mismas personas, antes del amanecer. Significa una muerte segura sobre quien se apoya o ronda.

Joaquín me cogió de la mano. No supe si había prestado atención a lo que le dije, pero él tenía muy clara su próxima pregunta:

"La Curuxa" Parte II, (Asturiano)

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


-¿Tú crees neses coses, neses hestories?-

Sí, claro- respondí. Nun sé por qué falé tan convencida. De xuru sería para nun romper l'ambiente máxico en que paecía que m'atopaba.

Guillermu coyó a Viviana y Antolín de la mano, y díxome que tendríamos qu'empezar a baxar pa que nun escureciera tando entá nel monte.

            La nueche nel pueblu sería sele. Los neños tornaren a les sos cases. Guillermu dormiría en casa d'unu de los nuesos amigos, pa nun tener qu'utilizar el coche a eses hores. Tábamos pasiando de la mano pola grava, fíxome parar so una farola, y abrazóme selemente.

- ¿Quies xubir a la zona alta? Nun creo qu'haya naide a estes hores- clavó los sos güeyos nos míos. -¿Para qué?- Él rio, y yo tamién. -¿Qué te paez si dexámoslo pa otru día?, cuando aseguremosnos de que nun haya naide. Dempués de que pasen les feches de fiesta, por casu…- Intentó esmucir el so brazu percima del mi pescuezu, pero evitélo, nun taba cómoda caminando asina.

            Nel cielu rellumaben les estrelles, y los nuesos besos facíenles rellumar más fervientemente. Yera una nueche maraviyosa. Llegaba ya la madrugada.

L'últimu besu que dimosnos antes de despidinos foi llargu. Sicasí, pocu dempués, caminábamos en direcciones distintes.

Al llegar a casa, Rosario taba llorando, y per la parte trasera de la casa, na cai, había un polveru considerable. Ella nun contestaba a les mis entrugues, nun taba en condiciones de falar, asina que la tapé con un cobertor y salí fora pa ver qué asocedía.

            Nun pudi evitar emocioname. Los mis güeyos bañábense en llárimes tan solo con ver la desesperación, fuertemente marcada, nes cares de quien ellí s'atopaben.

Un mozu d'unos venti años, a quien nunca viera pol pueblu, averose a mi. Asustada, pregunté qué asocediera. Contestóme con una voz trémbole y entecortao. Un neñu taba perdíu.

-Naide sabe ónde ta, nin cuántu lleva fora, yo mesmu fora colos sos padres a Nava güei de tarde pa facer unos recaos. Paez ser que, cuando volvieron, el mozu nun taba en casa, buscaron-y pensando que podría atopase nel prau o nel parque. Pero pasaron les hores y siguía ensin apaecer. La única persona que dixo velo foi la so güela, pero quién sabe si va ser verdá, a los sos noventa años y con llocura senil nun estremen lo que ven de lo qu'imaxinen- miróme fijamente, como si contestárame por cortesía, ensin decatase de mi hasta'l momentu.- ¡Tu, yes Llara!, tu fuisti güei colos neños a Incós, ¡tienes que saber ónde ta!- alzó'l volume de la voz a midida que falaba, terminando nun berru que m'espantó.

- ¡Nun puede ser!, ¿de qué neñu trátase?-

Garróme fuertemente d'un brazu y miróme enraxonáu.- ¡Xoaquín!, ¡tendríes d'habete quedáu con él hasta que los sos padres llegaren!, ¡irresponsable!-

Empecé a llorar, como si'l final de los mis díes tuviera cerca, como'l condergáu que pide piedad ante'l so xugu. Nesi momentu la mi vida yera una nube gris, onde la culpa envolubrábame.

            Xoaquín llevaba hores desaparecíu. Yeran les cuatro de la madrugada, fríu, cielu encapotado empezando a desfacer nuna agua que paecía xarazo poles sos turniaes contra'l suelu. Corrí, esnidié, volví llevantame y siguí corriendo, el mi pelo remexaba, empecé a afogame. Corrí hasta la parte oeste del pueblu, y cutí sópito, con berros continuos nel mi gargüelu, l'aldaba de bronce.

Guillermu abrió apavoriáu polos berros. Arrodióme colos sos brazos, pero yo siguía llorando, nun yera capaz d'esplica-y qué pasaba. Obligóme a pasar al interior, intentó sentome nuna siella. Falé afogada poles llárima, asustada entá poles acusaciones y los berros.

-Toma- tendióme una llinterna sobre les manos. -Puede tar en cualesquier parte, tenemos de correr.- Paróse en secu frente a mi.- Nun quiero pensar que tenga daqué que ver coles tontures que-y cuntasti en Incós.-

Aumentaron les mis ganes de llorar, sentíame sola. Amanecería en tan solo unes hores, y los árboles del monte de la parte alta del pueblu allumábanse coles numberoses llinternes de toos cuantos buscábamos a Xoaquín.

El suelu taba enllamorgáu. Él nun me dirixía nin una sola palabra, y atopábase dellos metros por detrás, pero díbamos en direcciones opuestes. Direcciones que, de xuru, correspondíese coles de les nueses vides.

            ¿Quién yera yo pa ilusionar a un neñu con eses hestories? ¿Por qué nun punxime llendes a mi mesma? Y, sobremanera, por qué-y diría que creía nesos relatos. Si a Xoquín asocediéra-y daqué, sería la mi culpa.

            Inmóvil, y de rodíes nel suelu por escosamientu, fui emburriada palantre con fuerza. Una fuerza que me tresmitió calor col emburrión. Sintiendo nel mi llombu la forma y el fríu d'una pequena ñariz, escuchando leves sollozos, y alendando con dificultá por culpa de la presión d'un cuerpu sobre'l mi llombu y pechu, cayí na tierra.

Los sos güeyos yeren firmes y secos, y el so abrazu significó'l mayor milagru imaxinable hasta para mi, que nunca creyí nos milagros. El pequeñu asustárase col mi berru. Los vecinos empezaron a averase. Y Xoaquín garróme con fuerza. Entós, pregunté-y el porqué d'esa desapaición.

-Taba buscando- la so voz apagábase.

- ¿Qué?, ¿qué tabes buscando?- Solmené selemente al neño, y aguanteme de da-y un besu a Xoaquín.

-Buscaba la piedra. Pa que la mi güela curárase.

- Xoaquín, esa piedra nun esiste, ye mitoloxía. Emociónome enforma cuntándovos hestories, nun foi más qu'eso. Préstame cuntavos hestorias asgaya, y nun póngome llendes. Tendría de controlame, Xoaquín, siéntolo, siéntolo. Oxalá puedas perdoname.

Llenos de llárimes el pequeñu y yo yéramos unu. Guillermu, averándose, abrazóme. Sentí que sería la so forma d'anunciar el nuesu últimu abrazu. Pero un besu fíxome escaecer esa idea.

Nun  ciertu momentu Guillermu cutió al aire de manera bien sópita, como si intentara partir el firmamentu, asustándonos a los dos.

 Oyíase un aletéu alloñar de los nuesos llombos. La figura de l’ave nocherniega facíase cada vez más pequena, alloñándose de la mano de la so atopadiza nueche, un blancu cercu que empequeñecía y alloñábase cada vez más, como la vida. Los sos grandes güeyos negros, el so emplumáu cuerpu, blancu como la lluz a la fin del camín. Llevábase consigo la enerxía, el mi aire, el so aire, esmorecíase cola escuridá de la nueche y la llegada de l'alba, y la lluz anaranxá al compás que'l nuevu día llegaba pel este. El mi últimu sollutu, y regaléselo.
 

"La Curuxa" Parte I, (Asturiano)

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Después de mucho tiempo y un duro curso por fin he tenido tiempo de actualizar mi pequeño blog. Hoy os dejo una historia que presenté a un concurso de la Oficina de Información Juvenil (OIJ) de Laviana. La presenté en asturiano, pero está escrita en dos versiones, por si las moscas.

Voy a publicarla en ambas lenguas y en dos partes, para facilitar un poco la lectura.
Se titula La Curuxa, un título que he escogido por tener relación con un tema mitológico que siempre me ha llamado la atención. Tiene lugar en Torazu un pueblecito de Cabranes que, si no habéis tenido la suerte de conocer, os recomiendo que visitéis, es el pueblo de mi familia, y por qué no decirlo, de los más guapos de Asturias.

Comenzaré publicando la versión en asturiano de La Curuxa


Dempués d'acabar colos exames, cola selectividá, y cola presión d'escoyer la carrera que vas estudiar, llega'l branu. Dende fai dos años, en dómina de clases o non, bastábame pa nun perder la sorrisa dir de xemes en cuando al colexu del mi pueblu pa lleer a los neños unes llínees de Montesín. Asina yera que yo salía del colexu cola carpeta moyándose pola forma en que llovía, intentaba tapala. Pasara por munches manos desque publicárase per primer vegada'l manuscritu, y esti, en concretu, yera un regalu de la mi güela.

Costábame caminar pola cai ensin esnidiar na piedra, y tenía priesa por llegar a casa. Pasé per delantre de la placa dedicada a l'autora de tan preciosa obra y que tanto gustaba nel pueblu.  Grabaes nun panel de fierro, una sucesión de lletres narraba un fragmentu de Montesín  y, xusto debaxo, atopábase, nada estropiáu pol pasu de los años, el nome y firma de María Xosefa Canellada. Paré a miralo y a lleer la placa en voz alta al empar que la mi cabeza repitía'l  fragmentu de memoria dempués de tantes llectures. Afalagando'l mi pelo apalpé una flor que regalárame un neñu, un brotu pequeñín d'una rosa blanca. Desenguedeyélo de los mis rizos y asitiélo nuna pequena abertura ente'l fierro y l'azulada paré que sostenía la placa. Cada vez que miraba esi grabáu sentía que'l tiempu parábase. Pero la realidá cutíame con cada gota d'agua sobre'l mi cuerpu, diciéndome que corriera pa casa.

Intenté nun emporcar enforma'l suelu de la entrada. Na cocina esperábame la mi tía güela Rosario.

-Llara, preguntó por ti Felechosa.

Ya imaxínábame cuánta xente preguntaría por mi al dase la noticia de que la nieta de Carballo  venía al pueblu. A mi solíen llamame “Carballo nieta” o “Carballo neña” pa estremame del mi güelu, otres vegaes conocíenme pol apellíu de la mi güela.

Esi branu tendría de visitar el pueblu munches vegaes. Amás de tar cerca la Fiesta de la Boroña, facía un añu desque, en 2012, fíxose l'homenaxe pol 100º aniversariu de la nacencia de María Xosefa Canellada y cinco desque Torazu fuera nomáu Pueblu exemplar d'Asturies, polo que tresvertiría'l turismu, y habría que trabayar duru pa preparar les fiestes.

Tenía pensáu tornar a Avilés esi mesmu día. Pero Rosario non quería dexame dir:

-¿Qué dices?, ¿Que quies dite agora? Vas Coyer una pingadura y te vas poner mala, ¡depués vas quedar más delgada qu'una xiblata!, quédate, que tienes munches coses que facer pa los neños.

Llamé a la mi madre pa dici-y que me quedaba, y xubí a la mi habitación, a lo cimero de la casa. De normal nun dormía naide ellí.

Balté sobre'l colchón de llana. Cada vez que dormía nél, costábame acostumame, pero anque hubiera otru, gustábame dormir ellí; yera como si reculara mentalmente años y años tras. L'habitación yera violeta, tresmitíame una estraña murria, facíame cavilgar, sobremanera, nel futuru, y valoraba meyor toles mis opciones. Amaba Llaranes, el barriu nel que me criara. Dende pequeña deseyaba terminar el colexu y l'institutu pa dir a la Universidá a estudiar Filoloxía Hispánica, y tamién Llingua Asturiana. El mi mayor deséu yera ser profesora en dalgún momentu. Si la oportunidá fora na mi ciudá, taría encantada, pero si tuviérame que colar al estranxeru nun m'importaría, y nunca me diría sola, el mi noviu acompañaríame a empezar de cero una nueva vida, cada unu cola so vocación. Los suaños acompáñennos al empar que les ilusiones, pero nun quería qu'el mi deséu enllancárase como una simple ilusión, y llucharía por facelo realidá.

Los mis güeyos empezaben a cerrase pol cansanciu, la nueche diba cayendo adulces. El cobertor raspiaba la mi piel, nun tardé en sentir el calor y dormime ensin cerrar la ventana.

            A la mañana siguiente empezó a llegame'l golor de la lleche de vaca recién catada y caliente. Yera tempranu, pero'l sol ya rellumaba con fuerza. Llevantárame bien enérxica, y decidí averame a la escuela pa entama-yos dalguna actividá a los neños. Nun almorcé enforma, la lleche taba bien fuerte, asina que vistí lo más aína posible y fui dando un paséu hasta llegar a la escuela.

Allegrábense enforma de veme pellí otra mañana más, los neños siempre lo pasaben bien, tantu lleendo Montesín, como poesía, o proponiendo xuegos.

            -Gustaríame pidite un favor, Llara. Espero que non te importe- cada vez qu'oyía esa frase, un respigu percorríame, y sentíame incapaz de too. Pero nesti casu nun foi difícil, nun yera otra cosa sinón encargame d'abrir y cerrar el colexu, porque que les dos profesores teníen una xunta importante en Miangues, un pueblecito cercanu a Torazu. Antes que fuérense, propúnxi-yos una idea qu'había alloriáu pensando de camín al colexu: una escursión al Picu Incós, un paséu pa que madres, padres, vecinos del pueblu, amigos y neños esfrutáramos xuntos de l'Asturies verde que conocemos.

Llevábame bien con tolos neños, queríenme enforma, y yo a ellos, entá ye más. Deseyaba que me fixeren entrugues sobre clase, ayudábame a sentime profesora y facía que la mi ilusión por llegar a selo creciera como los mesmos neños, o como yo mesma.

            La idea de la escursión gustó enforma nel pueblu, y apenes tuvi tiempu d'entamala, faeríase a la mañana del día siguiente. Pero, pa la mi sorpresa, esperaba que s'apuntara más xente. Cuatro neños del colexu, el mi noviu Guillermu, y yo, seríamos los únicos que percorrieren la fastera del Incós hasta'l so visu. Posiblemente nun fora daqué malu, taríamos como en familia.

            Yera un día bien soleyeru, pue que hasta demasiáu pa xubir pel monte. Los neños paecíen bien contentos, siempre participaben en toles actividaes, hasta debíen ya d'haber memorizado les mis llectures dempués d'allegar en tantes ocasiones. Yeren bien intelixentes pal marcu d'edá qu'entendíen. Creía recordar que Antolín tenía siete años, Xulio, seis; el más mayor yera Xoaquín, con diez, y la pequeña Viviana, de cinco, yera una neña d'orixen mexicanu. Pela redolada de Incós vivíen dende diba unes décades mexicanos de clase pudiente. La pequeña tenía una lluminosidá na cara y una mirada ente azul y verde encandiladora.

            -Nun paecen cansase caminando, qué enerxía encantábame ver sonrir a Guillermu. Coyó la mi mano y besóme na mexella. Los neños emburriáronlu bromiando y riéronse a coru.

Cada vez topábamos más cerca del visu, el sol despintárase y l'oral frescu empezaba a correr cayida ya la tarde. Teníamos qu'animar a los neños pa que los pequeños avanzasen. Empezaben a tar cansaos de xubir, pero los sos pies taben dispuestos a llegar hasta enriba. Guillermu alzó al so pescuezu a Antolín y Viviana ríase pícaramente.

            Estendimos unes toallas sobre'l nidiu herbaje llegaos al visu. Antolín averóse a reparar l'horizonte, y yo averéme a él. Entá había claridá, y pudimos contemplar un maraviyosu paisaxe.

-En momentos asina d'estenos, dende equí acolúmbrense perfectamente los Picos d'Europa- coyí a Antolín en brazos pa que reparara meyor. La so sorrisa díxomelo tou. Yera un día tan maraviyosu qu'hasta era posible columbrar una pequena parte del puertu de San Isidro. Los neños xugaron mientres una ratada, regaláronme una diadema fecha de margarites, y a Guillermu, dos aníos, diciéndo-y que me punxera unu na mano. Dambos rimos. Tábase tan cómodu nel monte que tou yera felicidá.

            Xulio y Xoaquín averarónse a mi, con un ciertu aire d'esmolición:

-Llara.- nomáronme nun tonu fríu, lo que me paeció estrañu, pos tuvieren xugando y corretando tola tarde. -¿Sabes qué ye la Piedra del Cuélebre?-

 Gustábame enforma la mitoloxía, y encantábame que la xente interesárase por eses hestories, asina que contesté ensin pensar más:

- Ye daqué bien antiguu. Cúntase que seis culiebres xúntense al Cuélebre y toes elles arramen la so baba y sudu sobre la cabeza del animal, y esta cuspia, al endurecer, forma la piedra. De normal afírmase que sirve pa curar delles enfermedaes, pero n'otres zones d'Asturies dizse que da la felicidá a quien la tenga.-

 Joaquín miróme pensatible- ¿Por qué queríais sabelo?-

-La mi güela ta mala dende va un mes. Y va unos díes oyí dicir a dos vecines que nun la salvaría ya nin la Piedra del Cuélebre-

Contesté col oxetivu de nun escurecer asina la tarde, y pallo sofité nel gustu de les xentes pol chisme y el cotilleo.

-Cúntanos más coses. A mi encántame'l Busgosu, y el Trasgu tamién.- Seguro que na so casa debíen de llama-y enforma “trasgu”, yera un neñu bien traviesu.- Pero apocayá lleí un llibru bien vieyu de la mi madre, y apaecíen tamién una “Curuxa” y un “Carretu”.

-Yes un neñu bien preguntón- Ri- eso ye un pocu más desagradable. El “Carretu” ye'l “Carretu de la Muerte”, que vuela pelos cielos recoyendo les almes de los acabante finar, muncha xente diz que lleva enriba a la Güestia. La Curuxa ye daqué distinta. Ye esos mesmo, un páxaro, una curuxa blanquísima. Ronda alredor  de los llares onde ta próxima la muerte de dalgún de quien viven ellí, o sobre les mesmes persones, antes del amanecer. Significa una muerte segura sobre quien se sofita o ronda, ye un presaxu de muerte.

Joaquín coyóme de la mano. Nun supi si emprestara atención a lo que-y dixi, pero él tenía bien clara la so próxima entruga: