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Les hestories pequeñes son les úniques que pues lleer milenta vegaes...

martes, septiembre 4

"Mirada de serpiente" Parte IV

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.



El ligero sol invernal comenzaba a dirigir sus rayos hacia mí, lo justo para molestarme en los ojos pero también para calentar ligeramente mi piel, comencé a pensar en varias cosas diferentes, pero todas a la vez y en el mismo segundo, qué cosas tiene la mente humana, lo que es capaz de hacer, que parece tan simple pero que dista mucho de ser verdaderamente simple. Adelaida me dio la mano al ver que llevaba ya un notable período de tiempo concentrado en mí mismo y ausente para el mundo exterior, si hubieran dicho mi nombre seguramente no hubiera sido consciente.

Habían transcurrido ya unos diez o quince minutos y nosotros seguíamos esperando las consumiciones. Había personas en otras mesas que, al no estar atendidas, se marcharon, otras personas aprovecharon la ausencia del camarero para abandonar el establecimiento sin pagar.

-Voy a entrar al bar, a ver si me oye llamando desde la barra, porque Derek y yo deberíamos ponernos en marcha, además no creo que les haga mucha gracia ver que han perdido un montón de consumiciones.- Adriana parecía, al igual que todos, bastante enfadada por el comportamiento de algunas personas, en mi opinión, sin escrúpulos.

Adriana tardó un rato en regresar, venía acompañada del camarero. A medida que se acercaban no le quité la vista de encima al hombre, que parecía llevar consigo una triste expresión. Mi suposición se confirmó cuando nos repartió las bebidas, el hombre tenía los ojos hinchados y vidriosos, le acompañaban una nariz ligeramente rosada y unas mejillas humedecidas.

-¡Vaya! Se me ha olvidado la Valeriana, moza. Lo siento, ahora mismo te la preparo.

El camarero se dio la vuelta y se encaminó al bar.

-Al entrar le llamé y, como nadie me contestaba, me asomé a la cocina y le vi inclinado sobre la mesa y apoyado sobre sus codos, estaba llorando a mares… Nada más verme se secó rápidamente las lágrimas con un mandilón y me pidió disculpas por la tardanza, ¿qué le habrá pasado?- Todos nos miramos entre nosotros, pero nadie dijo nada. El camarero volvía con un recipiente metálico que contenía la infusión de Adelaida, la colocó sobre la mesa y después puso en el centro una cazuela de barro con un revuelto de chorizo y huevos, al más tradicional estilo rústico y montés.

-Invita la casa. Son mis disculpas por haberos hecho esperar tanto, chicos.

Apoyó sus manos en los hombros de Adelaida y Adriana como signo de disculpa y de amistad. Con el rostro apagado, apenas sin expresión se dispuso a regresar al bar.

-Oiga.- Derek llamó al camarero- Ya no queda nadie en la terraza ni tampoco dentro, siéntese con nosotros, por favor.- El camarero al oír esto esbozó una ligera sonrisa que hizo aflorar las dos últimas lágrimas salientes de sus ojos.

El hombre cogió una silla de la mesa de atrás y, sin decir nada, se sentó entre los chicos.-Gracias.- Dijo el hombre con un tono de cansancio. Se hizo un pequeño período de incómodo silencio hasta que mi curiosidad pudo conmigo: -Escuche, antes le hemos visto de bajón, ¿le pasa algo?

-¿Me podéis decir vuestros nombres, chicos?

-Adriana.

-Encantado.

-Derek.

-Encantado.

-Marcos.

-Encantado. Y tú Adelaida, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo la ha sabido?- Adelaida sonrió y una luz le reflejó en sus suaves mejillas.

-Antes os oí hablar, cuando alguien tiene poca gente en el bar suele prestarles mucha atención.- Todos nos miramos entre nosotros. –Perdón otra vez por el retraso de las consumiciones, pero ya me entendéis a qué me refiero.- El hombre rió.

-Y, usted, ¿cómo se llama?- Dijo Adelaida.

-Manolo.

-Nombre muy asturiano.

-Sí, y mi hermano se llama Manuel.

-Perdone que vuelva al tema pero, el disgusto que tenía antes tiene algo que ver su hermano? Sólo es curiosidad… -Adelaida se inclinó ligeramente sobre él para hacerle sentir atendido. Nunca he sido celoso, pero aquello me incomodó un poco, pero, por qué, era un hombre entrado en años, se le notaba una futura calva, canas. No. Adelaida me amaba, yo la amaba. Quería darle un beso.

- A ver, mozos, os contaré una pequeña historia que os lo explicará todo. –Todos nos quedamos en silencio para prestar la mayor atención posible, el único ruido que se pudo apreciar fue el suave golpeo de la porcelana de la taza de Derek al contactar con el tablero de la mesa. –Mi hermano y yo somos los dueños actuales de este bar, taberna, restaurante, café, como queráis llamarlo. Pero antes era de mis padres, ellos fueron quienes lo inauguraron hace ya muchos años, no os puedo decir cuántos, sólo sé que ni mi hermano ni yo habíamos nacido. Mi madre se llamaba Candelaria, y mi padre Joaquín, así querían llamar a mi hermano, pero al final lo llamaron Manuel, creo que por mi abuelo. Mis padres eran dos montañeros de corazón, desde bien críos pisaban ya la montaña, y realmente se criaron allí.

-¿Cómo se conocieron?- Pregunté, realmente intrigado.

- Mi padre de joven era pastor, se conocía de memoria toda la zona desde la Canal de Amuesa hasta la Majada del Trave. Un día, estando él bajando la Canal de Amuesa para ir a buscar las ovejas se encontró con una moza en el camino, ella iba sola y parecía tener muchas dificultades para bajar el pedrero. En Amuesa, no sé si lo conoceréis pero, para bajar esa Canal, tienes que ser pastor, lo llevan en la sangre, cualquier otra persona, hombre o mujer, lo pasará muy mal para bajar, es muy peligrosa. Los pastores se lanzan desde el punto más alto del pedrero, mueven sus pies de arriba abajo, tal cual zapatillazos, con unos movimientos perfectamente medidos, no por unas cuentas matemáticas, sino por la costumbre, y alcanzan mucha velocidad, se deslizan por el pedrero de pie, y es como si fueran por un tobogán. De esta manera tardan pocos minutos en recorrer toda la Canal, sin embargo, un montañero o una montañera ha de hacer un largo y peligroso zigzag, por lo que tardan en bajar el pedrero unas seis o siete horas. Es una cosa increíble. Pues bien, mi padre ofreció ayuda a esa moza y esta aceptó, le agarró de las manos, la puso a su espalda y ambos se deslizaron canal abajo. Cuando llegaron a su destino ella le agradeció a él, y se despidieron, ambos pensaron que había sido una gran experiencia, pero llegaba el momento del adiós, y que posiblemente nunca se volvieran a encontrar, ella se despidió con una sonrisa y muy agradecida, él respondió con otra sonrisa. Se abrazaron. Se abrazaron como forma de despedida, en menos de cinco minutos descendiendo por el pedrero sin dirigirse palabra alguna se habían hecho amigos, habían conectado. Pero no merecía la pena entablar conversación más allá del agradecimiento, no pensaban que volverían a encontrarse algún día, sus últimas palabras salieron de mi madre “Gracias, Adiós” y ahí se separaron por primera vez. Pero unos dos años más tarde volvieron a juntarse, era invierno, Enero para ser más precisos. Mi padre bajaba el ganado a una zona menos peligrosa, pues con la nieve evidentemente no hay pasto posible para las ovejas, tuvo tan mala suerte que resbaló con una lámina helada que se formó en el suelo por el agua que llegaba de un pequeño arroyo. Se rompió la muñeca, le costaba levantarse, pero dio la casualidad de que por allí pasaba una escaladora en busca del refugio del Picu Urriellu, la escaladora encontró a mi padre medio hundido en la nieve y desorientado, casi inconsciente por la nieve que había caído sobre su cabeza. Le dolía. Avisó a uno de los pastores que vivían más abajo y este aceptó recoger el ganado de mi padre, aunque no se podía hacer nada por el que ya se había escapado, quizás algún día encontrase los cadáveres sepultados bajo la nieve. La escaladora consiguió llevar a mi padre al hospital más cercano, estaba agotada de cargar a hombros a un hombre ancho como mi padre, pero tenía una gran fuerza de voluntad. Una vez en urgencias mi padre quiso recuperar el sentido, abría los ojos vagamente y preguntaba sin cesar dónde estaba. La escaladora también tuvo que ser atendida por una hipotermia. A ambos los colocaron en la misma habitación. Mi padre recuperó toda la consciencia y le dio las gracias a la escaladora, ella se llamaba María. Mi padre siempre le estaría muy agradecido, no sólo porque le salvase la vida, si no porque poco tiempo después de ser ingresados, en la habitación entró una doctora. Aquella doctora les hizo unas preguntas a ambos, y se quedó mirando fijamente para mi padre, y este le respondió con otra entregada mirada.