Lliteratura

Lliteratura
Les hestories pequeñes son les úniques que pues lleer milenta vegaes...

martes, octubre 11

"Mirada de serpiente" Parte I

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.


¡Hola a todos/as!
Aquí empiezo a subir, por partes nuevamente, una historia que empecé hace mucho tiempo y que por varias causas no logré continuar. Esta historia se titula "Mirada de serpiente". Transcurrirá en los Picos de Europa, y sus protagonistas serán Adelaida y Marcos, una pareja joven en las que las personalidades de ambos son un tanto extrañas, pero acorde con su comportamiento.
Como no pretendo dar una sinópsis de la historia sino una simple presentación, ahí lo dejo. ¡Espero que os guste!




Era invierno, llovía, la luz del candil atravesaba las gotas de agua, y el frío helador condensaba el vapor de nuestros alientos al acabar de besarnos bajo las estrellas de la noche, una noche de montaña, en lo más alto, oscuro, y solitario de la gran cordillera al sur de Asturias. Un 31 de enero. Detalle curioso que yo detestase mes alguno acabado en 31.


Se había hecho tarde mientras bajábamos las empinadas colinas sin apenas mirarnos, puede ser difícil de entender, pero era un ambiente de ternura, ambos estábamos cómodos, estar apartados nos gustaba, amábamos los lugares más remotos como la montaña, los bosques, hasta una cueva inexplorada en cualquier sitio del mundo, era la mejor forma de evadirse de la vida real, olvidar los malos momentos y disfrutar por un tiempo de un mundo prácticamente imaginario, las montañas, el aire perfumado, los animales de la noche y nosotros, sin realidad alguna, sin problemas políticos, financieros, y sin las críticas ni falsedades de la sociedad del mundo real, podríamos ser felices solos, en nuestro mundo, en el que no éramos uno de tantos en una ciudad de miles de habitantes con vidas diferentes, la soledad nos hacía sentir únicos y necesarios el uno para el otro.


A lo lejos, se veían las luces de la posada en la que nos llevábamos alojando durante más de 10 años uno tras otro, luces que se asemejaban a nosotros, lámparas pequeñas que funcionaban con aceite y que eran prácticamente inútiles frente a la tecnología luminosa de la gran ciudad. La anciana dueña de la posada nos recibió en la puerta a pesar de la hora y nos preparó una cena caliente para sobrellevar el frío, nos empezó a hablar, su voz era muy suave, tanto que apenas se oía al contrastarse con el sonido del agua del río golpeándose contra las piedras de su propio curso.


-Esta vez hacía más de un año que no veníais.


-El trabajo nos ocupa todo el tiempo-Le contestó Adelaida. Amaba su personalidad, su cabello, todo me gustaba de ella, amaba su voz, aunque apenas hablábamos.


La cena se hizo lenta y el humo que desprendía la sopa caliente empezaba a extinguirse por el frío de la noche invernal, terminamos de cenar, siempre observados por dos pequeños ojos ancianos a través de unos anteojos discretamente rayados.


Cogidos de la mano subíamos las escaleras hasta llegar a nuestras habitaciones, separadas por una pared, pero qué importaba, dormir separados no era nada, nuestro amor era más fuerte que cualquier pared, estábamos acostumbrados, cosa que no solía ocurrir con el resto de parejas, pero a pesar de que siempre había sido así Adelaida quería dormir conmigo, algo le inquietaba, cierto es, que llevaba una temporada con un comportamiento extraño, de ahí que le propusiese marcharnos una temporada a la montaña para despejar la mente, aunque fuese un día 31, lo bueno era que ya estábamos acostados, faltaba poco para que dejase de ser último día de enero.


Hacía mucho frío y era un incómodo colchón de lana cubierto con una simple manta de punto, decorada con un conjunto de cuadros bordados sobre la misma manta, cada uno de un color, había colores que se repetían, otros que no y, otros que, debido al paso de los años y los innumerables roces contra el colchón y el cuerpo de los montañeros, no dejaban con facilidad distinguir el que habría sido su color original. El tejado de la posada estaba hecho a base de pizarra y un cúmulo de piedras que se colaban y llegaban a caer sobre el suelo. Cada cierto tiempo se oía un impacto.


El lograr dormir en esas condiciones fue complicado, pero esto era la montaña. Al menos ninguno de nosotros roncábamos, es un momento muy bonito el de soñar, no cabe malgastarlo, el mundo de los sueños es un mundo completamente a nuestra medida, en el que todo es posible, lo inimaginable se hace común y los ideales mas inalcanzables están bajo nuestros pies, pero todo lo bueno se acaba tarde o temprano.


Un diminuto rayo de sol se colaba entre las roturas de los tablones de madera colocados en las ventanas de la habitación a modo de persiana, un milímetro era lo que separaba nuestros párpados, lo suficiente para confundir el diminuto rayo de sol con una luz cegadora que nos despertase para darnos la bienvenida a un nuevo día y en este caso también a un nuevo mes.


No teníamos hambre ninguno de los dos, no nos apetecía desayunar. A pesar de que la encantadora anciana nos había puesto sobre la mesa un almuerzo para nosotros mientras ella degustaba el suyo, sinceramente, la leche de vaca recién ordeñada se hace muy fuerte por la mañana para estómagos como los nuestros, acostumbrados al atractivo diseño de los cartones de leche colocados en la balda del supermercado. Sin embargo, aquel chorizo casero colocado en finas rodajas sobre un plato me tentó increíblemente, perome parecía grosero acercarme a la mesa solo para degustar una rodaja de aquel embutido.


A pesar de levantarnos algo temprano no fuimos a la montaña, por la mañana se llenaba de gente inexperta paseando las colinas sin apenas comprenderlas, por mero entretenimiento, acompañados de su familia y su cámara de fotos en mano. No quiere decir que estuviésemos en contra de aquellas personas en absoluto, me parecía magnífico que cada año miles de personas decidan dedicar un o varios días a conocer las montañas e iniciarse en algo tan bello. Simplemente nos gustaba disfrutar de la montaña en soledad. Para muchos, el caminar de noche por los senderos es algo que se atribuye a los profesionales pero, cuando llevas años y años por los mismos montes, conoces cada matorral y hasta memorizas las grietas de cada pedrusco, no hay cosa más fácil. La dificultad de no ver puede, en cierto modo, ayudarte a aumentar la confianza en ti mismo y, como no, en la propia montaña.


El día es muy largo y hasta el crepúsculo no se vaciaban los montes, no obstante quedarnos en la posada esperando a que pasasen las horas no sería una gran idea.
Así que, mochila a la espalda y, tras habernos despedido de la anciana, abandonamos la posada y empezamos, siguiendo un sendero marcado por piedra, a atravesar hasta que el camino desapareció y nuestros pies caminaban sobre el prado.