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Les hestories pequeñes son les úniques que pues lleer milenta vegaes...

martes, mayo 7

"La Curuxa" Parte I, (Castellano)

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Ni que decir tiene que, al ser dos lenguas diferentes, al traducir algunas cosas varían. Podemos decir que esta versión es, de algún modo, la más "pobre", pues me me centré más en la original.


Después de haber acabado con los exámenes, con la selectividad, y con la presión de escoger la carrera que vas a estudiar, llega el verano. Desde hace dos años, en época de clases o no, me bastaba para no perder la sonrisa ir de vez en cuando al colegio de mi pueblo para leer a los niños unas líneas de Montesín. Así era que yo salía del colegio con la carpeta mojándose por la forma en que llovía, intentaba taparla, había pasado por muchas manos desde que se publicó por primera vez el manuscrito, y este, en concreto, era un regalo de mi abuela.

Me costaba caminar por la calle sin resbalar en la piedra, y tenía prisa por llegar a casa. Pasé por delante de la placa dedicada a la autora de tan preciosa obra y que tanto gustaba en el pueblo.  Grabadas en un panel de hierro, una sucesión de letras narraba un fragmento de Montesín y, justo debajo, se encontraba, nada estropeado por el paso de los años, el nombre y firma de María Josefa Canellada. Me paré a mirarlo y a leer la placa en voz alta a la vez que mi cabeza  repetía el fragmento de memoria después de tantas lecturas. Acariciando mi pelo palpé una flor que me había regalado un niño, un capullo pequeñito de una rosa blanca. La desenredé de mis rizos y la coloqué en una pequeña abertura entre el hierro y la azulada pared que sostenía la placa. Cada vez que miraba ese grabado sentía que el tiempo se paraba. Pero la realidad me golpeaba con cada gota de lluvia sobre mi cuerpo, diciéndome que corriese para casa.

Intenté no ensuciar mucho el suelo de la entrada. En la cocina me esperaba mi tía abuela Rosario.

-Llara, ha preguntado por ti Felechosa.

Ya me imagino cuánta gente habría preguntado por mí al darse  la noticia de que la nieta de Carballo venía al pueblo. A mí me solían llamar “Carballo nieta” o “Carballo neña” para diferenciarme de mi abuelo, otras veces me conocían por el apellido de mi abuela.

Ese verano debería visitar el pueblo muchas veces. Además de estar cerca la Fiesta de la Boroña, hacía un año desde que, en 2012, se hizo el homenaje por el 100º aniversario del nacimiento de María Josefa Canellada y cinco desde que Torazo había sido nombrado Pueblo ejemplar de Asturias, por lo que rebosaría el turismo, y habría que trabajar duro para preparar las fiestas.

Tenía pensado regresar a Avilés ese mismo día. Pero Rosario no me quería dejar marchar:

-¿Qué dices?, ¿Que quieres marcharte ahora? Cogerás una pingadura y te pondrás mala, ¡luego quedarás más delgada que una flauta!, quédate, que tienes muchas cosas que hacer para los niños.

Llamé a mi madre para decirle que me quedaba, y subí a mi habitación, en lo alto de la casa. Normalmente no dormía nadie ahí.

Me tumbé sobre el colchón de lana. Cada vez que dormía en él, me costaba acostumbrarme, pero aunque hubiese otro, me gustaba dormir allí; era como si retrocediese mentalmente años y años atrás. La habitación era violeta, me transmitía una extraña melancolía, me hacía reflexionar, sobre todo, en el futuro, y valoraba mejor todas mis opciones. Amaba Llaranes, el barrio en el que me había criado. Desde pequeña deseaba terminar el colegio y el instituto para ir a la Universidad a estudiar Filología Hispánica, y también Lengua Asturiana. Mi mayor deseo era ser profesora en algún momento. Si la oportunidad fuese en mi ciudad, estaría encantada, pero si me tuviera que marchar al extranjero no me importaría, y nunca me iría sola, mi novio me acompañaría a comenzar de cero una nueva vida, cada uno con su vocación. Los sueños nos acompañan a la vez que las ilusiones, pero no quería que mi deseo se estancara como una simple ilusión, y lucharía por hacerlo realidad.

Mis ojos comenzaban a cerrarse por el cansancio, la noche iba cayendo poco a poco. La manta rozaba mi piel, no tardé en sentir el calor y me dormí sin cerrar la ventana.

            A la mañana siguiente comenzó a llegarme el olor de la leche de vaca recién ordeñada y caliente. Era temprano, pero el sol ya brillaba con fuerza. Me había levantado muy enérgica, y decidí acercarme a la escuela para organizarles alguna actividad a los niños. No desayuné mucho, la leche estaba muy fuerte, así que me vestí lo más pronto posible y fui dando un paseo hasta llegar a la escuela.

Se alegraban mucho de verme por allí otra mañana más, los niños siempre se lo pasaban bien, tanto leyendo Montesín, como poesía, o proponiendo juegos.

            -Me gustaría pedirte un favor, Llara. Espero que no te importe- cada vez que oía esa frase, un escalofrío me recorría, y me sentía incapaz ante todo. Pero en este caso no fue difícil, no era otra cosa sino encargarme de abrir y cerrar el colegio, puesto que las dos profesoras tenían una reunión importante en Miangues, un pueblecito cercano a Torazo. Antes de que se marchasen, les propuse una idea que había ido pensando de camino al colegio: una excursión al Pico Incós, un paseo para que tanto madres, como padres, vecinos del pueblo, amigos y escolares disfrutásemos juntos de la Asturias verde que conocemos.

Me llevaba bien con todos los niños, me querían mucho, y yo a ellos, más aún. Deseaba que me hiciesen preguntas sobre clase, me ayudaba a sentirme profesora y hacía que mi ilusión por llegar a serlo creciese como los propios niños, o como yo misma.

            La idea de la excursión gustó mucho en el pueblo, y apenas tuve tiempo de organizarla, se haría a la mañana del día siguiente. Pero, para mi sorpresa, esperaba que se hubiese apuntado más gente. Cuatro niños del colegio, mi novio Guillermo, y yo, seríamos los únicos que recorriesen la ladera del Incós hasta su cima. Posiblemente no fuese algo malo, estaríamos como en familia.

            Era un día muy soleado, puede que hasta demasiado para ascender por la montaña. Los niños parecían muy contentos, siempre participaban en todas las actividades, hasta debían ya de haber memorizado mis lecturas después de acudir en tantas ocasiones. Eran muy inteligentes para el marco de edad que comprendían. Creía recordar que Antolín tenía siete años, Julio, seis; el más mayor era Joaquín, con diez, y la pequeña Viviana, de cinco, era una niña de origen mexicano. En los alrededores de Incós vivían desde hacía unas décadas mexicanos de clase pudiente. La pequeña poseía una luminosidad en la cara y una mirada entre azul y verde encandiladora.

            -No parecen cansarse caminando, qué energía- me encantaba ver sonreír a Guillermo. Cogió mi mano y me besó en la mejilla. Los niños le empujaron bromeando y se rieron a coro.

Cada vez nos hallábamos más cerca de la cima, el sol se había ocultado y la brisa fresca empezaba a correr caída ya la tarde. Teníamos que animar a los niños para que los pequeños avanzasen. Empezaban a estar cansados de subir, pero sus pies estaban dispuestos a llegar hasta arriba. Guillermo alzó a su cuello a Antolín y Viviana se reía pícaramente.

            Extendimos unas toallas sobre el suave herbaje llegados a la cima. Antolín se aproximó a observar el horizonte, me acerqué a él. Aún había claridad, y pudimos contemplar un maravilloso paisaje.

-En momentos así de despejados, desde aquí se divisan perfectamente los Picos de Europa- cogí a Antolín en brazos para que observase mejor. Su sonrisa me lo dijo todo. Era un día tan maravilloso que hasta era posible avistar una pequeña parte del puerto de San Isidro. Los niños jugaron durante un buen rato, me regalaron una diadema hecha de margaritas, y a Guillermo, dos anillos, diciéndole que me pusiera uno en la mano. Ambos nos reímos. Se estaba tan cómodo en la montaña que todo era felicidad.

            Julio y Joaquín se acercaron a mí, con un cierto aire de preocupación:

-Llara.- me nombraron en un tono frío, lo que me pareció extraño, pues habían estado jugando y corretando toda la tarde. -¿Sabes qué es la Piedra del Cuélebre?-

 Me gustaba mucho la mitología, y me encantaba que la gente se interesase por esas historias, así que contesté sin pensar más:

- Es algo muy antiguo. Se cuenta que seis culebras se juntan al Cuélebre y todas ellas vierten su baba y sudor sobre la cabeza del animal, y esta saliva, al endurecerse, forma la piedra. Normalmente se afirma que sirve para curar algunas enfermedades, pero en otras zonas de Asturias se dice que da la felicidad a quien la posea.-

 Joaquín me miró pensativo- ¿Por qué queríais saberlo?-

-Mi abuela está mala desde hace un mes, y el otro día oí decir a dos vecinas que no la salvaría ya ni la piedra del cuélebre- contesté con la intención de no oscurecer así la tarde, y para ello me apoyé en el gusto de las gentes por el chisme y el cotilleo.

-Cuéntanos más cosas. A mí me encanta el Busgosu, y el Trasgu también.- Seguro que en su casa debían de llamarle mucho “trasgu”, era un niño muy travieso.- Pero hace poco leí un libro muy viejo de mi madre, y aparecían también una “Curuxa” y un “Carretu”.

-Eres un niño muy preguntón- Me reí- eso es un poco más desagradable. El “Carretu” es el “Carretu de la Muerte”, que vuela por los cielos recogiendo las almas de los recién fallecidos. La Curuxa es algo diferente. Es una lechuza blanquísima,  ronda alrededor de los hogares donde está próxima la muerte de alguno de quienes viven allí, o sobre las mismas personas, antes del amanecer. Significa una muerte segura sobre quien se apoya o ronda.

Joaquín me cogió de la mano. No supe si había prestado atención a lo que le dije, pero él tenía muy clara su próxima pregunta:

1 comentario:

  1. Álvaro Fdez Martínezmiércoles, 16 octubre, 2013

    ¡Hola Alba!
    Vaya, ¡qué descubrimiento! Cada vez que hablo contigo me llevo una sorpresa. Me gusta el cuento, hay como una nostalgia flotando en el ambiente, parece que el tiempo se ha congelado... la verdad es que es algo difícil de describir con palabras pero creo que tú logras transmitirlo muy bien.

    Ya me había encontrado con esta sensación antes al leer y la echaba de menos. Me recuerda a un cuento que leí hace un tiempo, creo que se titulaba "La pensión", de Jon Obeso.

    Prometo seguir leyendo.

    Cuídate ;)

    P.D: En la sensación he puesto "desagrado": creo que necesitas un físico que te asesore en tus relatos. ¿Qué es eso de subir andando el Incós con lo cansado que es? ¿No sabes que ahora eso se empieza a hacer por entrelazamiento cuántico? Desde luego si fichas la idea los protagonistas del próximo relato tienen que ser Alice y Bob (he votado nombres ingleses también :P), va todo en el mismo lote jaja

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