El ligero sol invernal comenzaba a dirigir sus rayos hacia
mí, lo justo para molestarme en los ojos pero también para calentar ligeramente
mi piel, comencé a pensar en varias cosas diferentes, pero todas a la vez y en
el mismo segundo, qué cosas tiene la mente humana, lo que es capaz de hacer,
que parece tan simple pero que dista mucho de ser verdaderamente simple.
Adelaida me dio la mano al ver que llevaba ya un notable período de tiempo
concentrado en mí mismo y ausente para el mundo exterior, si hubieran dicho mi
nombre seguramente no hubiera sido consciente.
Habían transcurrido ya unos diez o quince minutos y nosotros
seguíamos esperando las consumiciones. Había personas en otras mesas que, al no
estar atendidas, se marcharon, otras personas aprovecharon la ausencia del
camarero para abandonar el establecimiento sin pagar.
-Voy a entrar al bar, a ver si me oye llamando desde la
barra, porque Derek y yo deberíamos ponernos en marcha, además no creo que les
haga mucha gracia ver que han perdido un montón de consumiciones.- Adriana
parecía, al igual que todos, bastante enfadada por el comportamiento de algunas
personas, en mi opinión, sin escrúpulos.
Adriana tardó un rato en regresar, venía acompañada del
camarero. A medida que se acercaban no le quité la vista de encima al hombre,
que parecía llevar consigo una triste expresión. Mi suposición se confirmó
cuando nos repartió las bebidas, el hombre tenía los ojos hinchados y
vidriosos, le acompañaban una nariz ligeramente rosada y unas mejillas
humedecidas.
-¡Vaya! Se me ha olvidado la Valeriana, moza. Lo siento,
ahora mismo te la preparo.
El camarero se dio la vuelta y se encaminó al bar.
-Al entrar le llamé y, como nadie me contestaba, me asomé a
la cocina y le vi inclinado sobre la mesa y apoyado sobre sus codos, estaba
llorando a mares… Nada más verme se secó rápidamente las lágrimas con un
mandilón y me pidió disculpas por la tardanza, ¿qué le habrá pasado?- Todos nos
miramos entre nosotros, pero nadie dijo nada. El camarero volvía con un
recipiente metálico que contenía la infusión de Adelaida, la colocó sobre la
mesa y después puso en el centro una cazuela de barro con un revuelto de
chorizo y huevos, al más tradicional estilo rústico y montés.
-Invita la casa. Son mis disculpas por haberos hecho esperar
tanto, chicos.
Apoyó sus manos en los hombros de Adelaida y Adriana como
signo de disculpa y de amistad. Con el rostro apagado, apenas sin expresión se
dispuso a regresar al bar.
-Oiga.- Derek llamó al camarero- Ya no queda nadie en la
terraza ni tampoco dentro, siéntese con nosotros, por favor.- El camarero al
oír esto esbozó una ligera sonrisa que hizo aflorar las dos últimas lágrimas
salientes de sus ojos.
El hombre cogió una silla de la mesa de atrás y, sin decir
nada, se sentó entre los chicos.-Gracias.- Dijo el hombre con un tono de
cansancio. Se hizo un pequeño período de incómodo silencio hasta que mi
curiosidad pudo conmigo: -Escuche, antes le hemos visto de bajón, ¿le pasa
algo?
-¿Me podéis decir vuestros nombres, chicos?
-Adriana.
-Encantado.
-Derek.
-Encantado.
-Marcos.
-Encantado. Y tú Adelaida, ¿verdad?
-Sí, ¿cómo la ha sabido?- Adelaida sonrió y una luz le
reflejó en sus suaves mejillas.
-Antes os oí hablar, cuando alguien tiene poca gente en el
bar suele prestarles mucha atención.- Todos nos miramos entre nosotros. –Perdón
otra vez por el retraso de las consumiciones, pero ya me entendéis a qué me
refiero.- El hombre rió.
-Y, usted, ¿cómo se llama?- Dijo Adelaida.
-Manolo.
-Nombre muy asturiano.
-Sí, y mi hermano se llama Manuel.
-Perdone que vuelva al tema pero, el disgusto que tenía
antes tiene algo que ver su hermano? Sólo es curiosidad… -Adelaida se inclinó
ligeramente sobre él para hacerle sentir atendido. Nunca he sido celoso, pero
aquello me incomodó un poco, pero, por qué, era un hombre entrado en años, se
le notaba una futura calva, canas. No. Adelaida me amaba, yo la amaba. Quería
darle un beso.
- A ver, mozos, os contaré una pequeña historia que os lo
explicará todo. –Todos nos quedamos en silencio para prestar la mayor atención
posible, el único ruido que se pudo apreciar fue el suave golpeo de la
porcelana de la taza de Derek al contactar con el tablero de la mesa. –Mi
hermano y yo somos los dueños actuales de este bar, taberna, restaurante, café,
como queráis llamarlo. Pero antes era de mis padres, ellos fueron quienes lo
inauguraron hace ya muchos años, no os puedo decir cuántos, sólo sé que ni mi
hermano ni yo habíamos nacido. Mi madre se llamaba Candelaria, y mi padre
Joaquín, así querían llamar a mi hermano, pero al final lo llamaron Manuel,
creo que por mi abuelo. Mis padres eran dos montañeros de corazón, desde bien
críos pisaban ya la montaña, y realmente se criaron allí.
-¿Cómo se conocieron?- Pregunté, realmente intrigado.
- Mi padre de joven era pastor, se conocía de memoria toda
la zona desde la Canal de Amuesa hasta la Majada del Trave. Un día, estando él
bajando la Canal de Amuesa para ir a buscar las ovejas se encontró con una moza
en el camino, ella iba sola y parecía tener muchas dificultades para bajar el
pedrero. En Amuesa, no sé si lo conoceréis pero, para bajar esa Canal, tienes
que ser pastor, lo llevan en la sangre, cualquier otra persona, hombre o mujer,
lo pasará muy mal para bajar, es muy peligrosa. Los pastores se lanzan desde el
punto más alto del pedrero, mueven sus pies de arriba abajo, tal cual
zapatillazos, con unos movimientos perfectamente medidos, no por unas cuentas
matemáticas, sino por la costumbre, y alcanzan mucha velocidad, se deslizan por
el pedrero de pie, y es como si fueran por un tobogán. De esta manera tardan
pocos minutos en recorrer toda la Canal, sin embargo, un montañero o una
montañera ha de hacer un largo y peligroso zigzag, por lo que tardan en bajar
el pedrero unas seis o siete horas. Es una cosa increíble. Pues bien, mi padre
ofreció ayuda a esa moza y esta aceptó, le agarró de las manos, la puso a su
espalda y ambos se deslizaron canal abajo. Cuando llegaron a su destino ella le
agradeció a él, y se despidieron, ambos pensaron que había sido una gran
experiencia, pero llegaba el momento del adiós, y que posiblemente nunca se
volvieran a encontrar, ella se despidió con una sonrisa y muy agradecida, él
respondió con otra sonrisa. Se abrazaron. Se abrazaron como forma de despedida,
en menos de cinco minutos descendiendo por el pedrero sin dirigirse palabra
alguna se habían hecho amigos, habían conectado. Pero no merecía la pena
entablar conversación más allá del agradecimiento, no pensaban que volverían a
encontrarse algún día, sus últimas palabras salieron de mi madre “Gracias,
Adiós” y ahí se separaron por primera vez. Pero unos dos años más tarde
volvieron a juntarse, era invierno, Enero para ser más precisos. Mi padre
bajaba el ganado a una zona menos peligrosa, pues con la nieve evidentemente no
hay pasto posible para las ovejas, tuvo tan mala suerte que resbaló con una
lámina helada que se formó en el suelo por el agua que llegaba de un pequeño
arroyo. Se rompió la muñeca, le costaba levantarse, pero dio la casualidad de
que por allí pasaba una escaladora en busca del refugio del Picu Urriellu, la
escaladora encontró a mi padre medio hundido en la nieve y desorientado, casi
inconsciente por la nieve que había caído sobre su cabeza. Le dolía. Avisó a
uno de los pastores que vivían más abajo y este aceptó recoger el ganado de mi
padre, aunque no se podía hacer nada por el que ya se había escapado, quizás
algún día encontrase los cadáveres sepultados bajo la nieve. La escaladora
consiguió llevar a mi padre al hospital más cercano, estaba agotada de cargar a
hombros a un hombre ancho como mi padre, pero tenía una gran fuerza de
voluntad. Una vez en urgencias mi padre quiso recuperar el sentido, abría los
ojos vagamente y preguntaba sin cesar dónde estaba. La escaladora también tuvo
que ser atendida por una hipotermia. A ambos los colocaron en la misma
habitación. Mi padre recuperó toda la consciencia y le dio las gracias a la
escaladora, ella se llamaba María. Mi padre siempre le estaría muy agradecido,
no sólo porque le salvase la vida, si no porque poco tiempo después de ser
ingresados, en la habitación entró una doctora. Aquella doctora les hizo unas
preguntas a ambos, y se quedó mirando fijamente para mi padre, y este le
respondió con otra entregada mirada.
¡Aleluya! Por fin subiste algo =)
ResponderEliminarJobar, sube la siguiente en breves, cada vez me dejas más intrigado =)
¡De eso se trata!
ResponderEliminar:-) Cada vez te superas más y más!!! :-) Enhorabuena!! Sube la siguiente entrega pronto, está realmente interesante, besos
ResponderEliminar